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La Ola

La película alemana La Ola venía precedida de un enorme éxito de taquilla en su país, algo sorprendente si se tiene en cuenta que esta propuesta, que plantea la posibilidad de que el nazismo o un régimen similar vuelva a surgir en nuestros días, triunfaba en una nación poco proclive a repasar sus demonios. Una lectura profunda de La Ola evidenciará sus loables fines didáctivos, su advertencia de alerta frente a un posible renacimiento
de nuevos extremismos en una sociedad que cree haber aprendido la lección impartida por la historia, a la vez que presenta el eterno conflicto entre la determinación individual y la fuerza del grupo. Y lo hace partiendo de una premisa de lo más original y atractiva, el experimento que llevó a cabo un profesor de historia en un instituto alemán en el marco de un ciclo de clases sobre la autocracia. El profesor, harto del escaso funcionamiento y del poco interés que despierta en los alumnos una explicación convencional, decide imponer, con el fin de exponer el tema, una especie de régimen dictatorial entre los alumnos de su clase. Todos adoptarán un uniforme común, un saludo, se levantarán cuando quieran hablar en clase y tratarán al profesor como un líder (al estilo de Hitler). La clase formará de este modo un grupo fascista autobautizado como La Ola. El experimento sólo dura una semana, pero llegará más lejos de lo que cualquiera pueda imaginar.

Pero una primera lectura más cinematográfica y quizá más superficial revelará que La Ola es una película fallida de principio a fin porque atenta de forma flagrante contra el principio capital de toda buena película: la credibilidad. Y este defecto resulta aún más grave cuando lo que se presenta en pantalla se hace, no en clave de sátira política o comedia surrealista, sino de drama pretendidamente realista. Y además está basado en hechos reales, acaecidos en 1967 en California, aunque adaptados a la actualidad y a Alemania, y trata de convencernos de que las dictaduras fascistas pueden extenderse de nuevo en sociedades democráticas y teoricamente avanzadas, no obstante el eslogan de La Ola reza "¿Crees que no se podría repetir?". Al ver esta cinta el espectador se pregunta una y otra vez si le están tomando por un completo imbécil, y es que nadie en su sano juicio puede asimilar un mensaje semejante, en un instituto alemán, francés o español, y comportarse como un fascista consumado y convencido. Le bastan dos días a este profesor para que sus alumnos asuman la ideología y metodología nazi dentro y fuera de las aulas, para que llenen la ciudad de pegatinas y pintadas con su logotipo y excluyan del grupo a los que no llevan una camisa blanca (uniforme del movimiento).

Al final lo que queda es un tema ambicioso, provocador y muy interesante echado a perder de la forma más burda, que ni siquiera levanta el vuelo en su terrorífico final (único punto fuerte de la película). La Ola intenta hablar de la necesidad de la conciencia de grupo, de una meta compartida que motive una existencia, la occidental, carente de mayor sentido que el del placer individual, y de los peligros que conlleva si el grupo asume sus fines y sus técnicas como los únicos posibles. La Ola pretende ser una parábola sobre los excesos de los nacionalismos, pero nada de eso importa cuando la historia elegida para contarlo resulta tan improbable y sobre todo cuando cree que con ella ha demostrado que el fascismo puede volver a imponerse.

Lo mejor: el final, aunque para entonces ya sea demasiado tarde.
Lo peor: la nula credibilidad de lo que cuenta.





Y ahora como anuncié la semana pasada os voy a recomendar una película imprescindible para cualquier estudiante de periodismo y quizá la mejor película que se ha hecho nunca sobre el mundo de la televisión. Dirigida por Sidney Lumet (cineasta que ya tiene 84 años de edad y sigue dirigiendo tan bien como el primer día. Os recomiendo también Tarde de perros o Antes que el diablo sepa que has muerto. Esta última estrenada este mismo año) en 1976 y con Peter Finch, William Holden, Faye Dunaway y Robert Duvall de protagonistas, se trata de una ácida y visionaria sátira sobre la influencia de la televisión en nuestros días.

Network


Howard Beale es el veterano presentador de los noticiarios de las siete de la cadena de televisión norteamericana UBS. Durante años ha encabezado la lista de popularidad y sus informativos eran un referente nacional. Pero en los últimos meses su popularidad ha caído en picado y los indices de audiencia han descendido. La popularidad es caprichosa y por ello la televisión es una industria volátil en la que la que la guerra de audiencias no entiende de treguas, de respetabilidad, ni de profesionalidad. Howard, viudo, sin hijos, sólo posee su trabajo como locutor televisivo, pero con dos semanas de antelación la dirección le comunica que está despedido. Howard en un arrebato de locura que ya no abandonará anuncia en directo que se "volará la tapa de los sesos" dentro de ocho días. Al día siguiente y antes de dar el relevo a un nuevo presentador sale de nuevo en pantalla con el fin de rectificar, pero los índices de audiencia han vuelto a subir. Howard, impulsado por la ambiciosa responsable del departamente de programación, se convierte en el "profeta iracundo de las antenas". Al mismo tiempo, su mejor amigo y director de informativos es despedido por oponerse al espectáculo en el que se ha convertido los noticiarios de la cadena, e inicia una relación adultera con la joven resposable de programación, una mujer abducida por tan poderoso medio que concibe su propia vida como si fuera un serial televisivo.

Network
es una de las películas más necesarias y reveladoras que se han hecho jamás. Muchos de sus presagios sobre el mundo de la televisión ya se han cumplido y otros seguramente lo harán en breve. Su descripción de este medio es lucido, terrible, dominado por un grupo de hombres y mujeres sin escrúpulos, capaces de cualquier cosa para ganar unos puntos de audiencia. Pero no es menos deprimente y desolador el reflejo de este medio en el conjunto de la sociedad y en particular en lo que que la película denomina la generación de la televisión, una generación que no conoce otra verdad que la que emana de la pequeña pantalla, que ha dejado de asimilar sus vidas como reales y adoptan lo visto en televisión como real, mientras que el resto es una ilusión. Pero no es menos lúcida es su visión del mundo capitalista. Las naciones ya no existen. En el mundo global no existe Estados Unidos, ni la Unión Soviética. Las naciones del mundo son Microsoft, General Motors, Coca-Cola... Y nosotros sólo somos los productos, fabricados en serie, para tener miedo y consumir, por esa industria llamada televisión.


2 comentarios:
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Marta dijo...
sábado, noviembre 29, 2008 7:02:00 p. m.  

Muy buenas, David. Acabo de ller tu recomendación y tiene muy buena pinta, en cuanto tenga un rato, buscaré la peli o me la bajaré. He visto el video y me ha enganchado el speech. En cuanto a la peli que has valorado arriba, no sabía ni que se había estrenado, pero no creo que la vea auqneu el argumento es cuanto menos curioso. Hoy iré a ver la de 007, ya te contaré.

Hasta la semana que viene

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Marta dijo...
domingo, noviembre 30, 2008 2:00:00 a. m.  

Vuelvo a la Sala 0 para comoentar que me ha gustado mucho la última pelicula de Craig, no he tenodo tiempo para aburrirme... Me encantas las pelis de acción, :-)

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