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50 reflexiones con la misma tinta (I parte)

Hace tiempo, decidí ponerme a escribir. Agarré un pilot de tinta negra y comencé a abstraerme de cuanto me rodeaba. Eran simples palabras que no decían nada de cara al exterior pero que para mí lo eran casi todo. Sin embargo, no acababan de llenarme, entonces decidí cambiar de color. Desplacé suavemente mi utensilio de escritura y me centré en otro que apenas solía utilizar. Me pregunté por qué hay cosas que apenas cuentan para alguna gente pero que al final acaban por no ser nadie para la mayoría. Ahí fue cuando cogí con fuerza el pilot rojo y comencé a deslizarlo sobre un folio en blanco. Las palabras cambiaron radicalmente. De repente comenzaron a surgir dudas, empezaron a salir preguntas de la nada en ese chaval de 17 años cuyo modo de vida se había sentado sobre una piedra hasta ese momento. Los sentimientos que habían florecido en los últimos tiempos comenzaron a ser argumentados y, aunque de una forma practicable dadas las posibilidades, las letras dibujaban caligramas nada mágicos pero sí sinceros.

Así que Reflexiones a Pilot Rojo…sí. Deseché la burda idea de ‘El Rincón del Rojo’, sección con la que escribí diez columnas que se unirían a estas 50 que hoy ya llevo en este blog, aquella insensata presentación, ese desdibujado primer artículo…parece que ha pasado un mundo y tan solo han transcurrido 2 añitos y medio.

He de reconocer que he aprendido bastante pegado frente a mi pantalla, y lo que aún queda por aprender. Lo que sí es cierto es que cada paso que doy es en firme, no me gusta la demagogia, pero menos el quedarse adormilado. Con el tiempo las cosas se han ido aclarando. Las cosas son “asín”, decía Gomaespuma. Y pueden ser distintas, dice el autor de esta sección.

Quien quiera, quien tenga tiempo, quien lo desee, a quien le pique la curiosidad, ese que odie mis palabras y quiera odiarlas más o al que le gusten, este soy yo y mis circunstancias como decía aquél, las que me han ido quedando con el paso del tiempo.

`Lo que el tiempo se llevó’: ahora fomentamos la guerra

La actitud, las ganas, el vivir, el saltar por encima de la mediocridad, el reivindicar, el soñar, el cambiar, el caer y levantarse, el recibir ostias, el darlas, el darse cuenta, la curiosidad, la rebeldía, el amor, la esperanza, la sinceridad, la firmeza, la valentía…todo eso se perdió. Seguirán rugiendo los leones en el cine, pero ya no grita el ser humano desde su posición. Por lo menos, aquí. La pantomima sigue su curso, las mentiras siguen inundándonos y ya no se ve a través de los ojos. Ya no se piensa con el corazón, pero tampoco con la cabeza.

La impasibilidad se mantiene ante miles de muertos, de explotados, de extorsionados, de damnificados y olvidados. Nos cruzamos de brazos y simplemente decimos…la cosa está jodida. ¿Y qué?

Hace unos días dos soldados murieron tras un ataque suicida en Afganistán. No ocurrió nada más que el abrazo del príncipe a los familiares de los asesinados. Podría llamar hijos de puta a los talibanes por matar a dos personas medianamente jóvenes, pero no lo voy a hacer. Todos lamentamos la pérdida, pero es lo que suele ocurrir cuando varias naciones ricas y armadas hasta los dientes invaden un país. “Siempre habrá guerras” dicen unos. La guerra contra el terrorismo, esa farsa inventada por un puñado de dinero, muy rentable a tenor de lo que un Estado se gasta en armamento cada año. Es más fácil mantener una guerra en un país que crear un centro de salud en los pueblos perdidos de la vieja Castilla. O, directamente, construir un hospital o una escuela en Afganistán. “No se puede hacer una guerra contra un sustantivo”, decía Michael Moore. Y es que la guerra contra el terrorismo es eso, terrorismo. No hay guerra que valga. Llevamos invadiendo un país varios años con la excusa de buscar una buena salida para sus ciudadanos, un marco de paz y libertad. Existen dos bandos bien definidos: el de las tropas de la OTAN y el talibán. ¿Dónde están los afganos?

Es una falacia que engorda con el tiempo. Podría llorar con más intensidad los muertos que caen por ‘nuestro’ lado, pero no me apetece. ¿Quién llena pañuelos cuando mueren 50 civiles en un ataque de las fuerzas ‘libres’? Aquellos a los que se les busca un Estado libre. Crece el sentimiento de orgullo. Se observa que en aquel desierto árido del país asiático los pastores, los pobres, los parias, se han dado cuenta de la hostilidad de las tropas invasoras. Las que injieren en territorio ajeno impunemente y luchan por los derechos humanos mientras ellos violan unos cuantos.

Ésta es la guerra, éstas son las guerras. Simplemente ha cambiado la cara de Washington por la silueta del Banco Central Europeo. Ha cambiado la única restricción de derechos llevada a cabo en EEUU y se ha sumado el aplauso de los europeos ante este tipo de intervenciones. Porque así lo quieren. Ya lo decía anteriormente: es más fácil manipular a toda una sociedad que robarle una piruleta a un niño: éste puede amenazarte con darte dos ostias. Al fin y al cabo la violencia la practican sus héroes, los soldados en el extranjero.

Por la larga extensión del especial, he decidido publicarlo en dos partes: la semana que viene, el domingo, teneis la segunda entrega de 50 Reflexiones con la misma tinta. Salud y República.