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CHINCHETAS EN EL MAPA

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Hola,

Volvemos otra vez con las chinchetas, hoy bastante más tarde que otros días, pero quehaceres diversos me han impedido ponerme frente al ordenador a horas más propias de lo que tienden a llamar "gente decente". No sé si fuisteis muchos los que visteis la sección la semana pasada, pero en su caso ya pudisteis comprobar que nos íbamos a un lugar distinto a los anteriores. Hoy, en cambio, os invito a recorrer de nuevo un lugar recóndito, en una parte de España por la que no me he prodigado mucho:


RIBAS DO SIL
20 de agosto de 2001



Foto: Concello de Ribas do Sil: http://www.concelloderibasdosil.es/Index.html


Hasta la universidad, mi única vinculación con Galicia era que mi padre había hecho la mili en Ferrol, cuando a esa ciudad aún le quedaban muchos años para desprenderse del infausto apellido que le colocaron una vez. Sin embargo, Barcelona y su área metropolitana bien podrían desbancar a Vigo como la mayor ciudad gallega. No tardé mucho en conocer a compañeros de carrera cuya familia procedía del extremo noroccidental de la Península Ibérica. De cualquier parte del territorio gallego, siempre que se tratara de una zona rural empobrecida en la que no había más salida que la propia salida hacia otra tierra.

Con este factor coincidió, ya en el último curso (2000-2001), la existencia de dos asignaturas de libre elección que, en Barcelona, sonaban de lo más exótico: "Cultura y sociedad gallegas" e "Historia de Galicia". Animado por una chica muy mona que vivía en Badalona (pero de raíces lucenses hasta la médula), allá que me matriculé. Pese a ser un par de asignaturas marías en toda regla, el caso es que eran muy interesantes, especialmente "Cultura y sociedad gallegas", por todo lo que nos explicaba la profesora sobre la idiosincrasia actual de esa comunidad. Una profesora, por cierto, de esas dulzoooonas que te las imaginas dando clase en un instituto conflictivo y te da penita... Las clases eran en gallego, o más bien pretendían serlo, porque explicaba las cosas en gallego, luego decía "¿Comprendedes?", y lo explicaba en castellano. El caso es que, de todas formas, resultaba inteligible, lo suficiente como para que al final nos animáramos a chapurrear alguna que otra palabrilla.

Otra coincidencia fue el final de la carrera y el premio, llamémosle así, de mis padres de unas vacaciones por haber completado los estudios en el tiempo estipulado. Así, la amiga de Badalona con raíces lucenses que me anima a visitar la tierra natal de sus padres, y yo que animo a otro amigo alicantino para que me acompañe. Búsqueda de combinaciones de tren adecuadas, reserva de los billetes y, ¡hala!, vámonos para el norte. Una semana de vacaciones en Lugo puede ser un plan de lo más apetecible.

Para dos auténticos frikis del tren, aquel viaje fue antológico: salida de Villena a las 7.20 de la mañana, para llegar a Madrid a las 10.45; transbordo a un Regional Exprés que salió de Madrid a las 11.30 y llegó a Palencia a las 14.30; y transbordo a un Diurno que había salido de Barcelona de buena mañana y que pasaba por Palencia a las 16.00, para llegar a las 19.45 a nuestro destino, la estación de San Clodio-Quiroga, en el sur de la provincia de Lugo. Prácticamente de una punta a otra de la Península en apenas 12 horas y media. El trayecto desde Palencia tuvo, además, el aliciente de ir a sentarnos justo al lado de un grupito de chicos y chicas de nuestra misma edad, con los que intimamos, y con los que, al menos a mí, me quedó el regustillo amargo de pensar que no los iba a volver a ver nunca más. Hace siete años no se facilitaba una dirección de correo electrónico tan a las primeras de cambio como ahora. O, al menos, yo no lo hacía.

La estación de San Clodio-Quiroga, como bien da a entender su nombre, da servicio a dos pueblos. El que tiene la estación en sí, San Clodio, es la cabecera del municipio de Ribas do Sil (o Ribas de Sil; hay una cierta vaguedad en cuanto a ese matiz toponímico). Ese río, el Sil, separa San Clodio de Quiroga, la que se supone capital de la comarca, pero que en realidad es tan sólo un pueblo algo mayor y con algún servicio más que San Clodio. Para casi todo, los indicios de vida humana están en Monforte de Lemos, a 30 kilómetros. La zona es muy montañosa, con sierras de cierta importancia a un lado y otro del Sil, que se abre paso con toda el agua que un poco más arriba de Ourense acabará en el Miño.

Ya desde las ventanillas del tren, aquel paisaje tan exuberante y tan poco densamente poblado causaban impresión a un par de mediterráneos como nosotros. Por aquí un manojo de pinos ya es calificado como bosque; allí se te perdía la vista entre árboles, que ocupaban hasta lo más alto de la sierra. En cuanto al hábitat humano, una sucesión de minúsculas agrupaciones de casas, seguidas, una tras otra, hasta que de vez en cuando aparecía algún núcleo más compacto, generalmente estructurado en torno a la vía del tren o a alguna carretera. Un mundo que no habíamos visto hasta entonces.

La estampa sugería calma, y el primer contacto con tierra gallega aumentó esa sensación. La estación de San Clodio estaba en un extremo del pueblo, justo donde empezaban prados y bosques. No fuimos los únicos que bajamos allí, pero el tren no tardó mucho en seguir su camino hacia A Coruña y Vigo. Mi amiga nos esperaba al final del andén, que empezaba a quedarse tan solitario como había estado hasta poco antes de la llegada del tren. Se hace raro ver a una persona a 800 kilómetros del lugar donde la has conocido, pero si el encuentro es grato, la perplejidad se esfuma tan pronto como ha llegado.

Eran las ocho menos cuarto de la tarde, pero el sol estaba aún muy alto. Se notaba que estábamos muy al oeste. Mi amiga propuso ir a tomar algo, tras haber dejado las maletas en su coche. Qué mejor plan para ese momento. El lugar sugerido estaba en la otra punta del pueblo, aunque eso no suponía caminar mucho precisamente. Ocasión para comprobar que San Clodio no se diferenciaba mucho de esos núcleos que habíamos visto desde el tren, algo desparramado, conformado por calles anchas de casas bajas pero bastante grandes. Pero también, algo que no se podía comprobar desde el otro lado de la ventanilla: silencioso. Nadie por la calle, tan sólo el paso de algún coche de forma esporádica. Parecía mentira que allí vivieran 700 personas, o al menos eso oficialmente, porque siendo 20 de agosto, seguro que la población real de ese momento era más del doble. Muchos, sí, pero no se dejaban ver.

Bastantes jóvenes del pueblo estaban en el bar al que fuimos. Un sitio que tenía pinta de reconvertirse en discoteca por las noches, con un amplio jardín que daba una generosa sombra, tanto que producía hasta una cierta sensación de humedad. Nos pusimos en un rincón, donde no se escuchaba mucho ruido, lo cual acentuaba esa percepción de calma y quietud que había notado desde que había bajado del tren. Al hilo de la conversación, la tranquilidad se hacía aún mayor. En la mesa de al lado había dos chicas, que aunque con un marcado acento gallego hablaban castellano. Otra noción de que estaba un tanto lejos de mi casa, aunque no es que eso me preocupara mucho precisamente.

Al cabo de un rato, mi amiga comentó que podíamos ir tirando hacia la aldea. Porque su familia no era natural de San Clodio, sino de otra de las parroquias del municipio, Rairos, situada a unos cinco kilómetros de distancia. Así que volvimos hacia el coche y emprendimos el corto camino. Lo primero fue cruzar el Sil, amplísimo, caudalosísimo, antes de dejar Quiroga a la derecha y tomar la carretera N-120 en dirección a Monforte de Lemos. Al poco rato, un desvío a la izquierda no demasiado bien señalizado daba acceso a Rairos. Una pista con el asfalto en una situación francamente mejorable llevaba hasta la aldea, cuyas pocas casas se arremolinaban entre la vía del tren y la ladera de la montaña.

Nunca antes había estado en Galicia, pero aquello se parecía bastante a la imagen estereotipada, debo decir que para bien. La llegada del anochecer hacía crecer aún más la sensación de calma, de silencio, que, interpretada de otro modo, resulta ser de vejez, de olvido. Aquél era un lugar sobradamente puesto en el mapa, al lado de una carretera nacional y junto a una estación de ferrocarril donde todos los días paraban trenes a Barcelona y Madrid, pero sería también el último lugar donde irían a buscarme si un día decidiera esconderme. Pasarían de largo en coche o en tren; nunca se les ocurriría que pudiera estar allí. Pero estaba allí, en aquel rincón perdido del concello de Ribas do Sil, iniciando unas vacaciones que prometían dar bastante de sí.

La familia de mi amiga regentaba el único bar de la aldea, que era al mismo tiempo un hostal y en el que pernoctaríamos mi amigo y yo. Ya he hablado otras veces sobre el factor de acción social de los bares en el medio rural, y el de Rairos no era una excepción. Como buena parroquia gallega, en el bar se juntaban todos sus parroquianos. Personas que, por mucho que estuvieran acostumbradas a que en verano aquello recobrara la vida que había perdido durante el resto del año, se sorprendían de ver a dos personas nuevas por allí. Mi amiga les explicó que veníamos de Alicante, que yo estudiaba con ella en Barcelona... "Vaya, de Alicante... ¡Qué lejos está eso de aquí!", recuerdo que dijo uno de los parroquianos. Algo más hablaron con nosotros, hasta que siguieron con su conversación en gallego. En ese momento me acordé de la profesora de la asignatura "Cultura y sociedad gallegas". Pensé: "¿Pero aquella mujer no daba las clases en gallego? ¿Cómo era posible que entendiera todo lo que decía y aquí no soy capaz de descifrar nada?" Porque ni a la gente joven, vamos.

Desde ese día, me reafirmo en que lo único que sé decir en gallego es "Eu non falo galego", que no me hizo falta decir durante aquella semana en Lugo (en la que visitamos la capital lucense y también nos acercamos a Ourense) salvo para hacer la típica coña ante dos amigas autóctonas de mi amiga, y que no funcionó como táctica de ligue, por cierto. Siete años después de aquel viaje, Ribas do Sil sigue siendo un lugar al que me iría si no quisiera que me encontraran (no avisaría antes, obviamente) y en el que tendría el gusto de entablar más contacto con los parroquianos, pese a que al principio las pasara canutas para la comprensión oral, si no sé ni como se dice "despacio" en gallego para ver si así, a poca velocidad, pudiera lograr captar alguna palabra...

Aquel mes de agosto de 2001 fue la única vez en que puse chinchetas sobre el mapa de Galicia... hasta ahora, claro. Esperemos que haya una nueva ocasión a no muy largo plazo, y que pueda seguir dando fe de ello. Por el momento, la semana que viene, si puede ser, otra batallita más.

Saludos y hasta la próxima.

28 de noviembre de 2008

4 comentarios:
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Nicolás dijo...
sábado, noviembre 29, 2008 2:19:00 p. m.  

Me alegro de que tu visita gallega haya sido de tu agrado!, es que... Galicia Calidade y, como bien dices en tu último párrafo, esperamos que haya más ocasiones de visitar mi tierra!
Un saludo!!

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pablodarribadavia dijo...
jueves, diciembre 04, 2008 6:45:00 p. m.  

Gracias por haber captado las maravillas que tiene esta zona ,con problemas también , sino
no estaría poblada por humanos ,
pero con una naturaleza maravillosa.
Nací en San Clodio ,aunque se puede decir que soy de Rairos también ,bueno mamé esa tierra. Mirad el blog Torbeo , no es mio, pero es de una persona de esa zona .
Chao
Pablo

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Antonio dijo...
sábado, diciembre 13, 2008 1:18:00 a. m.  

Nicolás: Como bien afirmas, Galicia Calidade. No puedo decir otra cosa, aun pasado el tiempo, de aquella visita. Me alegro además de haber tenido la oportunidad de visitar un lugar tan desconocido como esa parte del sur de Lugo, en toda su autenticidad, aparte de una ciudad tan imponente como la propia capital lucense.

Vidal: No sabes cuánto me ha alegrado ver tu comentario. Respuestas como la tuya son las que dan verdadero sentido a la sección, ya que no proceden de una persona habitual del blog, sino de alguien que topa por casualidad con él y que está satisfecho de lo que ha leído. De modo que no puedo estar más agradecido. Además, celebro lo que dices de que "capté las maravillas de la zona". Realmente se trata de un lugar maravilloso, con la pena del envejecimiento de su población y la falta de expectativas económicas. Insisto, me alegra mucho que alabes la descripción que hago de San Clodio y Rairos, porque procediendo de alguien que conoce bien la zona te da la sensación de que has logrado transmitir el mensaje que pretendías.

A los dos, reiteraros las gracias por los comentarios y recibid un cordial saludo.

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Anónimo dijo...
lunes, enero 19, 2009 6:06:00 p. m.  

Muchas gracias por enseñarme este enlace, me ha gustado mucho lo que escribes sobre tu visita al interior de Lugo, y estoy de acuerdo en que has sabido captar su esencia. Eso demuestra que eres un buen viajero.
Un abrazo.

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