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Bien, queridos lectores. Espero que os haya quedado resuello después de las subidas y bajadas por las cuestas de La Alfama de Lisboa, y que me vengáis morenitos de Cascais, porque hoy nos vamos a...

SEVILLA

No me voy a poner a contar la historia de la capital andaluza, más que nada porque no me llega con el espacio de tres o cuatro semanas. Nos encontramos ante una ciudad fantástica, que a muchos engaña, ya que piensan que al esta tan cerca de la costa pero no teniendo mar, no merece la pena ir. Ellos se la pierden.

Decir, en primer lugar, que sin la importantísima herencia de la etapa imperial, Sevilla no sería la misma, sin duda. Punto álgido del comercio transatlántico, a través del tramo navegable del Guadalquivir, llegó a ser la capital de facto de España, mucho más importante que Madrid. Numerosas edificaciones de la época se conservan aún hoy: la Catedral, con su famosa torre de la Giralda, dejó de ser mezquita entre los siglos XIV y XV, tomando su forma por la época colonial. También están la Casa de Contratación, la Lonja (hoy reconvertida en Archivo de Indias), y numerosos e impresionantes palacetes son recuerdos de la época.

Es en el siglo XVII cuando una de las más arraigadas tradiciones sevillanas toma forma: la Semana Santa. Hasta entonces los pasos habían salido por parte de cada cofradía, sin orden determiado, pero es en esta época cuando se organizan. No dejéis de ir a esta celebración un año. Es la Sevilla en estado más puro que os podéis encontrar.

La segunda época dorada de la ciudad, una vez acabado el monopolio del comercio con las colonias (trasladado a Cádiz, como ya sabréis) es el siglo XIX, cuando la hoy capital de Andalucía se convierte en el destino preferido de los Románticos.

Y en el siglo XX, seguro que todos recordáis la Expo'92, pero también hubo otra Exposición Universal , celebrada finalmente, tras numerosos aplazamientos, en 1929, que nos dejó maravillas como la Plaza de España (tiene un mosaico de azulejos representativo de cada provincia de nuestro país) y gran número de pabellones de diversos países que hoy se conservan, y que no debéis dejar de visitar.

Podéis (debéis) perderos un rato, preferiblemente una tarde, en un paseo en calesa (carroza típica de Sevilla, tirada por caballos) por el parque de Mª Luisa, para relajaros después de patear la ciudad, o para descansar antes de hacerlo. Después del paseo, y de los casi seguros e inevitables chistes del cochero, una buena elección sería encaminarse hacia el barrio de Santa Cruz, antigua judería, que es el más histórico de la ciudad. Sin que falten, por supuesto, las obligadas visitas a la Giralda y a la Torre del Oro.

Para finalizar (ojo, también puede ser para empezar), dejaos caer por Triana. Si Santa Cruz es emblemático, este barrio de puro sabor sevillano no le va a la zaga. Las vistas de la ciudad desde la calle Betis (paralela al Guadalquivir) son simplemente impresionantes. Además, en Triana también está la Maestranza, visita obligada para los amantes de la tauromaquia.

Por cierto, hoy también me voy a permitir haceros una recomendación literaria: si queréis respirar Sevilla en papel, antes de encaminaros hacia allí, leed "La piel del tambor", del genial Arturo Pérez-Reverte. Habrá momentos en que os parezca estar leyendo sentados a la orilla del Guadalquivir.

Ya veré dónde os mando el próximo jueves, una vez me contéis qué tal ha ido la experiencia.

¡Hasta pronto!