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The Visitor

Hay películas que merecen ser vistas por el mero hecho de aportar una visión más amable a los conflictos sociales. En tiempos tan rabiosos como estos, en los que de forma absurda se trata de politizar cualquier cosa, se agradece la llegada de una cinta tan modesta y humanista como The Visitor, viaje espiritual de un profesor universitario deprimido desde su viudedaz, que encuentra un sentido a su vida cuando regresa a Nueva York para dar una conferencia y descubre que en su apartamento de Manhattan, que no visita desde hace 25 años, habita una pareja de inmigrantes, él, sirio, y ella, senegalesa, que viven allí después de que alguien que se hizo pasar por un amigo del propietario les alquilara la vivienda. Desde ese momento, y especialmente entre el sirio y el profesor, se establecerá una conexión especial, donde el tambor africano, instrumento que toca el primero, tendrá una importancia trascendental. The Visitor es una película de humildes aspiraciones. No pretende ser una muestra de cine militante o comprometido, ni ser el discurso definitivo sobre la inmigración, pero tras su contencion se esconde un ejercicio de denuncia mucho más eficaz que el de cualquier cinta con vocación claramente política.
The Visitor es la clase de película que siempre pasará desapercibida. No atraerá a al público que busque un furioso alegato contra la indiferencia del sistema respecto al fenómeno inmigratorio, ni a los que busquen un drama desgarrado sobre la madurez y sus estragos. El personaje protagonista no podría ser más (deliberadamente) anodino y la trama no ofrece demasiadas sorpresas, no obstante no es difícil preveer como se desarrollará la siguiente escena. La dirección es bastante plana y despersonalizada y en definitiva carece de cualquier recurso efectista que la acerque al gran público. Y sin embargo la sensación final que deja en el espectador es la de haber visto una película agradable y entrañable, que apuesta por la conciliación, más que por la confrontación, por afrontar las miserias de nuestra mundo y su resolución desde una perspectiva más individualizada que social (¿y es que cuantos pierden el tiempo al tratar de solucionarlo todo a la vez mediante grandes movilizaciones, en lugar de ocuparse de cada caso particular?).

Y al buen resultado de esta película contribuye en gran medido su prodigioso actor protagonista, cuya interpretación le valió una merecida nominación al Oscar en la pasada edición. Richard Jenkins, habitualmente secundario de lujo, demuestra aquí que no es necesario exagerar para encarar un personaje y remarcar sus emociones. Con una economía gestual sensacional, a Jenkins le basta su mera presencia para atisbar entre los problemas de comunicación de su personaje a un hombre con ganas de experimentar nuevas sensaciones tras la muerte de su esposa, a un hombre bueno que no sabe como demostrar su generosidad hasta que conoce a la pareja de inmigrantes que despiertan en él una segunda juventud. En definitiva, The Visitor no pasará a la historia en ningún aspecto, no contiene ninguna escena que quede grabada a fuego en la memoria del espectador, pero en su conjunto es una de las película más coherentes, adultas y finalmente valientes (y es que su tesis: que nadie, en situación legal o no, puede ser expulsado de un país, más si cabe cuando todo su vida se encuentra ya en el lugar de acogida, es bastante impopular) de la cartelera. The Visitor es cine comprometido del bueno, del que no se mira en el espejo y se dice, "mirad que generoso soy", del honesto, del que no alardea de absolutamente nada.

Lo mejor: la interpretación de Richard Jenkins, su serenidad, lo entrañable de la propuesta.
Lo peor: es previsible y no contiene ninguna escena de verdadero impacto.



La película recomendada de la semana es una de las muchas que han retratado el conflicto de Irlanda del Norte, de triste actualidad tras los recientes atentados que han reavivado una problemática que se creía olvidada. El cine británico, al contrario del español que ha tratado el conflicto vasco y las actividades de ETA en contadas ocasiones y siempre de forma bastante superficial, ha analizado el conflicto de Irlanda del Norte con muchísima frecuencia, desde multitud de perspectivas y casi siempre de forma acertada. Cieneastas como Jim Sheridan han tratada los abusos policiales contra los sospechosos de terrorismo. Éste es el caso de la magistral En el nombre del padre. Otros como Neil Jordan han tratado los orígenes del conflicto. Es el caso de Michael Collins, revolucionario y finalmente político que consiguió la independencia de Irlanda del Sur, no así el norte, en 1922. Y otras como Omagh, de Pete Travis han narrado el atentado de 1998 en la localidad del título, llevado a cabo por el "IRA Auténtico" y que puso en peligro el proceso de paz. Todas ellas son películas formidables, pero si hay una que merece un lugar de excepción y que además es la más reveladora en cuanto al germen del nacimiento de la banda terrorista IRA es Bloody Sunday (Domingo Sangriento), dirigida por Paul Greengrass, más conocido por ser el máximo resposable de las dos últimas entregas de la saga Bourne y de United 93.

Bloody Sunday (2002)

30 de enero de 1972. La Asociación por los Derechos Civiles en Irlanda del Norte, harta de la discriminación sufrida por los católicos en dicho terriotorio y en protesta por el recientemente aprobado decreto del gobierno británico que autoriza los internamientos preventivos, ha convocado una manifestación pacífica. Al frente de ella se sitúa el idealista Ivan Cooper, diputado nacionalista en el parlamento inglés. La manifestación transcurre sin incidentes, pero el ejercito inglés está en las calles. Algunos, muy pocos, comienzan a lanzar piedras. La respuesta del ejercito: 13 muertos y 14 heridos. Resultado: la radicalización del conflicto, el desarrollo definitivo de la banda terrorista IRA y una sangría constante hata 1998.

Bloody Sunday se desarrolla en un único día, crucial para el estallido de violencia definitivo en Irlanda del Norte y la posterior ocupación del ejercito inglés. Rodada con estilo documental, muy similar al que el mismo director empleó en United 93 y en la saga Bourne, Domingo Sangriento, rebosa realismo y veracidad y consigue un efecto tan aterrador como el de la citada película sobre los atentados del 11-s, y al igual que está a pesar de conocer el final de antemano. Pero por encima de todo es una película que si bien no justifica lo injustificable, la posterior respuesta de los radicales, sí explica unos origenes que merecen ser conocidos para saber la verdad, y que diferencia a este conflicto del que vivimos en nuestro país, y es que allí ambos bandos se propasaron y mucho, hasta el punto de dejar de ser terrorismo para convertirse en una auténtica guerra civil.

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