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CHINCHETAS EN EL MAPA

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Hola,

Éste es uno de esos días en los que creo que la sección se va a solapar, en cierto modo, con la de la Mochila de Patino. El motivo es que mi entrada va a ser la siguiente a la suya, con lo cual, va a parecer que se trata de otra propuesta para viajar. Aunque, bien mirado, se trata de secciones complementarias, con lo cual, para cuando el personal se haya hecho todo el recorrido virtual por Ávila, le recomiendo que se retrotraiga conmigo un par de años y poco para ir hasta


LOGROÑO (1)
1 de noviembre de 2006

Foto: Monumento en la Glorieta del IX Centenario de Logroño, en la entrada a la ciudad desde el este. http://www.panoramio.com/photo/18413504 . Autor: Destornillador.


La capital de La Rioja va a ser objeto de dos chinchetas, porque considero que el viaje que hice hasta allí ya merece por sí solo una entrada, y al mismo tiempo no querría pasar por alto mi estancia en la ciudad. Comenzaba el mes de noviembre de 2006, y yo atravesaba una etapa que no recuerdo precisamente como de las más altivas en el terreno anímico. Me había matriculado en un congreso de Historia Contemporánea que organizaba la Universidad de La Rioja, y cuyo secretario era una especie de amigo cibernético con el que había contactado a través de internet un año antes, después de que los dos fuéramos a otro congreso de Historia en Barcelona y no habláramos. Cosas extrañas de la vida, pero que al mismo tiempo resultan interesantes.

El caso es que del 2 al 4 de noviembre de 2006 se celebraba el I Congreso "Historia de Nuestro Tiempo" en Logroño, y yo había presentado una comunicación al mismo. Aparte de mi interés por este tipo de saraos, y de conocer personalmente al amigo riojano y hacer turismo, me movía el hecho de no atravesar mi mejor momento. Lo de querer escapar de la rutina en momentos así puede sonar a chiste, pero es toda una realidad. Son ocasiones en las que se puede coger algo de aire, oxigenarse, y esto permite que, aunque luego haya que volver a la dura rutina, se pasen al menos unos cuantos días de agradable paréntesis.

Supongo que esa necesidad de relajarme fue lo que me llevó a decidirme a ir en coche hasta Logroño. Desde mi casa, la distancia no es moco de pavo: más de 600 kilómetros. Pero podía tardar incluso menos que si me decidía a hacer tropecientasmil combinaciones ferroviarias, yendo además a mi puñetera bola. Así que dejé a mi madre en casa poniendo todo un altar de velitas a San Cristóbal, mientras yo me subía a mi coche a las 7.30 del 1 de noviembre. Por delante, media península.

Apenas había dormido la noche anterior, así que aproveché para acabar de grabarme un CD en MP3 con unas 150 canciones, que me sería suficiente para todo el viaje. Entonces todavía no tenía conexión ADSL, pero aún así, conseguí bajarme de la mula abundante material a lo largo de todo el mes anterior (a velocidad de mula, eso sí). Nada más tomar la carretera de salida para conectar con la autovía, encendí la radio. Instantes después comenzó a sonar esta canción:




Se trata de Strangelove, de Depeche Mode, un grupo que me ha fascinado siempre. Era tan sólo el inicio de la interesante compañía musical que me llevaría por la autovía A-7 hasta Valencia (y la N-340, en los tramos en los que aún está en construcción), y luego, la misma autovía para bordear la capital de mi autonomía. Hasta aquí, el mismo recorrido que sigo en mis habituales viajes veraniegos a Cataluña. Pero desde este punto, comenzaba lo desconocido. La A-23 comenzaba como una serpenteante autovía de escaso tráfico por la que resultaba de lo más agradable conducir aquella mañana festiva. La SER me fue informado del inicio de la jornada electoral en Cataluña, hasta que dejó de recibirse la señal. Ganaba altitud, mientras llegaba a zonas en las que la autovía aún no estaba terminada y había que seguir por la carretera N-234. En uno de esos tramos recuerdo que sonó esta canción:




Es imperdonable que, siendo de 1991 esta gran canción (La cuenta atrás, de Los Enemigos), yo la escuchara por primera vez en 2006, pero eso no obsta para que desde entonces sea una de mis sintonías de cabecera. Pensaba al oírla en que mi día a día no era del todo bueno, pero que debía ser positivo, porque tal vez pudiera cambiar alguna vez. Así, con ese estímulo, iba haciendo kilómetros, acercándome cada vez más a Teruel, esa ciudad a la que ya dije que siempre me sentiré vinculado. Tocaba parar allí porque había quedado con un profesor de Secundaria al que había conocido en otro congreso de Historia. Otra prueba más de la intensa vida social que se hace en estas citas.

Parada breve, porque mi amigo se iba a coger setas y tenía algo de prisa, y porque a mí todavía me quedaban por delante más de 300 kilómetros. Breve paseo por Teruel, con la indispensable compra de periódicos incluida, y a seguir camino. La A-23 también estaba terminada en este tramo, pero se mostraba como una vía recta, inmensa, derecha hacia el horizonte, y totalmente vacía en un día festivo como aquél. Me llegaba a dar la sensación de estar como en un bucle, a fuerza de no ver un solo coche durante kilómetros y kilómetros. Claro que así la ruta se hacía muy pero que muy agradable.

Desde Calamocha, la autovía volvía a estar en construcción. La N-234 volvía a ser la ruta a seguir. Claro que esto no era más que otro gran aliciente: carretera convencional plagada de travesías urbanas. Bueno, lo de urbanas era un decir, porque la mayoría de los pueblos eran poco más que villorrios asomados al asfalto desde lo alto de un peñasco. O bien era la carretera la que se asomaba al pueblo, como en la bella Daroca, en la que me reprimí los deseos de parar porque mi intención era hacer el descanso para comer en Calatayud. Así, seguí por la N-234, obviando la ruta más cómoda por la N-330 hacia Zaragoza. Prefería seguir atravesando pueblecitos, disfrutando de una carretera en muy buen estado, sin apenas tráfico y con un trazado para nada sinuoso.

Montón, Fuentes de Jiloca, Velilla de Jiloca, Maluenda y Paracuellos de Jiloca me llevaron hasta Calatayud. Importante localidad por la que no pregunté por nadie (no me fueran a linchar), sino sólo por un sitio para comer, en la papelería donde compré el Heraldo de Aragón. Aproveché para pasear por Calatayud, contemplando sus múltiples joyas mudéjares, aunque lamentando que el estado de conservación de los monumentos (y del casco antiguo en general, la verdad) no sea demasiado óptimo. Al menos, me quedo con la muy buena impresión de haber visto la iglesia donde ponía que habían bautizado a Fernando el Católico.

Desde Calatayud, autovía A-2 hasta La Almunia de Doña Godina, un tramo un tanto difícil para ser una vía de gran capacidad, con varias curvas en las que pasar de 80 por hora podía ser temerario, y unas pendientes que hacían renquear a los motores de los camiones. Pero se seguía haciendo camino, para después tomar la carretera autonómica A-121, otra de las aventuras del viaje. Había visto que por aquí se acortaban kilómetros, y quise comprobarlo, a riesgo de encontrarme con que aquello fuera un camino de cabras. Y no lo era, la verdad, ni mucho menos. No era una carretera magnífica, pero sí más que suficiente como para mantener una velocidad de crucero razonable. Grandes rectas y parajes totalmente desalmados entre las localidades de Ricla y Fuendejalón, dos de los muchos municipios que ese día pude añadir a mi lista de lugares vistos de pasada.

La A-121 termina (o empieza, más bien) en Magallón, desde donde la N-122 lleva a Gallur, donde empalma con la AP-68 y la N-232. La autopista me hubiera llevado directamente hasta Logroño, que distaba ya a sólo 120 kilómetros, pero preferí tomar la carretera, porque había leído que en el corto tramo que pasa por Navarra había sido en parte desdoblada, con lo cual, me ahorraría algo de peaje. Y así lo hice. Fui por la N-232, luego reconvertida en la autovía A-68, hasta Tudela, para tomar allí la autopista. Justo antes hice otra parada. Aquel bar y sus aledaños, que más tarde comprobé que está en el término municipal de Cascante, es el único suelo navarro que he pisado por ahora.

Apenas me separaban ya 90 kilómetros de Logroño, que se hacían rápidos por la AP-68. Esta autopista tiene un peaje bastante elevado, lo que hace que vaya literalmente vacía; me encontré aún menos coches que en la A-23 entre Teruel y Calamocha. Mientras tanto, yo seguía escuchando mi CD en MP3. Algunas de las canciones que me había bajado eran de La Trinca, un trío catalán de música satírica que componía unas desternillantes letras, primero en su lengua materna y más tarde también en castellano. Son los que luego fundarían la productora Gestmusic, que supongo que os sonará más. De cantar letras chorras a producir OT, ya veis. El caso es que me parecía un tanto surrealista estar surcando La Rioja por una autopista totalmente vacía, escuchando música satírica en catalán. He aquí una de las piezas que sonó en aquel rato:




Ho farem tota la nit, todo un himno del año 1988, que tuvo su versión en castellano llamada Lo haremos toda la noche (es la traducción literal, no se calentaron mucho la cabeza, jeje). Así, escuchando el trozo más petardo del CD (había hasta alguna canción de La Terremoto de Alcorcón), llegué hasta la salida de Agoncillo, pueblo cercano a Logroño. Quería entrar en la capital riojana por la N-232, porque me había mirado cómo llegar por esa ruta hasta el centro, y así de paso me ahorraba algo más de peaje.

La N-232, con bastante tráfico en este tramo, me llevó por las afueras de Agoncillo y el barrio de Recajo hasta la entrada de Logroño. Por fin, después de 10 horas de viaje, llegaba a mi destino. La carretera se transformaba en la autovía de circunvalación LO-20, pero yo la dejaba para entrar en la ciudad por el barrio de Varea. Al poco, un monumento en una glorieta me daba también la bienvenida a Logroño. Y mientras, sonaba esto en mi coche:




Piratas y Amaral, una combinación difícil de igualar, que me llenaba de energía a pesar del cansancio del viaje. Iván Ferreiro y Eva Amaral gritaban "¡Ya terminé!" mientras llegaba al principio de la Avenida de la Paz y me ponía a buscar un lugar para aparcar, sabiéndome ya en el centro de Logroño. Tuve suerte y lo encontré rápido, quizá por ser festivo. Hice la maniobra y, antes de apagar el contacto, miré el cuentakilómetros parcial, puesto a 0 antes de salir. 622 kilómetros. Sonreí. Aquello había sido una verdadera road-movie que me había sentado tan bien como muy pocas otras cosas. Y no era más que el principio de un periplo de varios días en La Rioja.

En la próxima entrega, las impresiones de Logroño aquel mismo 1 de noviembre de 2006, porque merecen su detenimiento. Mientras tanto, sed pacientes y disfrutad de la variopinta música.

Saludos y hasta la próxima.

13 de marzo de 2009



2 comentarios:
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Anónimo dijo...
domingo, marzo 15, 2009 12:42:00 a. m.  

Antes de nada, decirte que no hay problema en que la publicación de tus chinchetas esté cercana en el tiempo a la de mi Mochila. Son cosas absolutamente diferentes, y con un toque peculiar que cada uno le damos que hace que se distingan sin problema alguno.

Y sobre el viaje en sí... Pues qué decirte. Por ejemplo, que no nos dices cuánto tardaste en hacer el viaje para que no te digamos o bien 'lentoooo!!!!' o bien 'Fittipaldiiii!!!!' (jajaja). Nada, supongo que, paseo por Teruel aparte, 5 horas y media, más o menos, ¿no?

Buena música. Sí, soy un bichejo raro al que le gusta la música ochentera. Especialmente, de las que has puesto, la de 'Años 80', valga la redundancia. Pero me gusta más la versión de los Piratas solos, sin Amaral.

De La Trinca sólo diré que... que... que sí, que al menos dos de esos -¿o son los tres?- son los jefazos de Gestmusic Endemol. Ahí donde les veis haciendo el gansillo hace veinte años. Por cierto, debo conservar una cinta de ellos, que anda por casa desde tiempos inmemoriales, y con la que me he dado impresionantes panzadas a reir cuando más mozo.

A la espera de la segunda parte, sobre todo para conocer a una perfecta desconocida como Logroño.

Un saludo, Antonio.

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Anónimo dijo...
martes, marzo 17, 2009 6:22:00 p. m.  

Vas a venir al concierto de Depeche Mode en Pucela?? Recomendadísimo!!

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