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CHINCHETAS EN EL MAPA

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Hola,


Ha pasado una semana más y aquí seguimos, dispuestos a retomar la sección allá donde la dejamos. Y hoy, está bien claro que la chincheta cae sobre


LOGROÑO (y 2)
1 de noviembre de 2006



Concatedral de Santa María la Redonda y calle Portales de Logroño. Foto: http://www.panoramio.com/photo/18772437. Autor: Joaquín Vilas.


Había logrado aparcar en una zona céntrica de Logroño. Ya sólo tenía que llegar, con mis bártulos a cuestas, hasta el hostal donde me iba a alojar. Estaba ubicado en la calle Portales, la vía principal del casco antiguo. Se trata de un eje que cruza de forma transversal el centro histórico de la ciudad; se puede perfectamente venir andando desde Zaragoza, entrar por un extremo, salir por el otro y seguir caminando hacia Burgos. Este dato tan curioso, a mi juicio, imprime a Logroño un carácter de ciudad de paso, de tránsito, de parada en el camino. O en el Camino (de Santiago), aunque la ruta jacobea entra en la ciudad por otro sitio. Aún a día de hoy, la calle Portales sigue plagada de comercios de los llamados tradicionales, otro dato que creo que reafirma esa seña de identidad.

Eran las 17.30 de un día festivo nublado y la calle estaba prácticamente vacía. La encontré muy fácilmente; Logroño es una ciudad que se ha expandido desde su casco antiguo en todas direcciones (excepto al norte, donde está el Ebro), por lo que para llegar hasta la parte histórica sólo hay que ir p'adentro, p'adentro. El centro es en toda regla el cogollo de la ciudad, un pequeño núcleo de calles muy compacto, con una forma casi almendrada, cruzado, como decía, por el eje de Portales. A esa vía da también la concatedral de Santa María la Redonda, y enfrente suyo, el hostal que yo buscaba.

La moza que me atendió en la recepción, al ver mi lugar de residencia en mi DNI, me preguntó si vivía cerca de Torrevieja; al decirle que no, que vivía en la zona de montaña de Alicante, cerca de Alcoy, me miró como si no supiera ir de Logroño a Villamediana de Iregua... Reafirmé esta teoría cuando le pregunté por el cajero automático más próximo y me respondió: "En El Espolón hay muchos". "Vale, pero hace diez minutos que he llegado a Logroño y no sé ir hasta El Espolón". "Ah, pues no sé; está por aquí al lado, pero no sé decirte cómo llegar". Amigos, semejante alma de cántaro era incapaz de decirme que, para ir hasta El Espolón, sólo tenía que volver hasta el principio de la calle Portales y girar a la derecha, hasta llegar al final de la calle Muro del Carmen. Menos de cinco minutos a pie. Esta mocetona riojana, si tiene coche, más vale que lleve GPS encima, porque si no, se pierde sin salir de su garaje.

El Espolón es quizá la mayor plaza de Logroño, en cuyo ajardinado centro está la célebre estatua ecuestre del general Espartero, ésa que dio origen a la antológica frase que elogia los atributos del equino y, por extensión, los atributos masculinos. Si yo tuviera los cojones más gordos que el caballo de Espartero visitaría un urólogo, por saber el origen de la inflamación, pero como lo que importa es el funcionamiento y no el tamaño, contemplé un poco la estatua, saqué dinero y volví hacia el hostal a descansar un poco. Me había citado con mi amigo logroñés a las ocho de la tarde, así que aún faltaba un rato.

Al salir del hostal, hacia las 19.45, la calle Portales ofrecía un aspecto totalmente distinto. Estaba llena de gente paseando; de todas las edades, en parejas, grupos o incluso en solitario. El sonido de las conversaciones animaba el ambiente urbano. Juan Antonio Bardem escogió este lugar como escenario exterior de su película Calle Mayor y, efectivamente, Portales se mostraba en ese momento como la verdadera calle mayor de Logroño, aunque en la ciudad haya otra que lleva en realidad ese nombre.

Era muy muy agradable pasear por allí, así que iba despacio, con tranquilidad, escuchando con atención el acento de las gentes del lugar. El habla característicamente norteña de Logroño guarda muy poca relación con mis dejes mediterráneos, salpicados además de influencias andaluzas, por lo que me llamaba mucho la atención. Aparte, como aún no conocía físicamente a mi amigo riojano, creía estar oyéndolo por todas partes. Nos habíamos citado en la esquina de la calle Portales con la de Sagasta, esta última eje longitudinal del casco antiguo, abierta en torno a finales del siglo XIX.

"¿Antonio?", "Sí, ¿y tú Diego?", "Sí, soy yo", "Encantado, pues", "Lo mismo digo". Apretón de manos e inicio instantáneo de conversación. Es lo que tienen los congresos de Historia... Entras en contacto a posteriori con gente a la que no has llegado a conocer en persona en pleno sarao. Pero en esta ocasión sí se dio la oportunidad de compartir puntos de vista cara a cara. Claro que los puntos de vista se comparten mejor en compañía de un buen vinito, así que Diego hizo de excelente anfitrión por Logroño y me llevó a la calle Laurel, donde se concentran los selectos baretos donde puedes inflarte a vinos, mostos, cervezas y demás, acompañadas de sus correspondientes tapas, por un módico precio.

Una gran toma de contacto con la ciudad y con el congreso de Historia que comenzaba al día siguiente, puesto que en aquella ruta jaranera nos acompañaron un amigo de Diego y otras cuantas personas más que también participaban en este evento académico. La noche estuvo bastante bien, de bar en bar, de vino en vino, de tapa en tapa, aunque retirándonos a una hora prudente porque al día siguiente había que madrugar. Pero fue sólo el inicio de cuatro días donde la adquisición de conocimientos y la vida social y jaranera mostraron una casi perfecta simbiosis. Qué juergas me di, cuántos vinos me tomé (y cuántos mostos, para no maltratar mucho a mi delicado estómago) y cuánta gente maja conocí. Lo mejor de todo esto, de allí quedó un muy buen amigo.

Pero, aún por encima de eso, cómo aquellos cuatro días, más el quinto de vuelta hacia casa, con escala en Zaragoza amén de otras breves paradas, me oxigenaron, me sirvieron para respirar en una época personal bastante convulsa. Aquella vez sí que pude gritar bien fuerte "¡¡Que me quiten lo viajao!!". Por ello, casi dos años y medio después, Logroño sigue siendo de esos lugares que cada vez que se recuerdan es imposible no echarse una sonrisa. Y, por extensión, toda La Rioja. Que así siga siendo.

Por mi parte, nada más por hoy. La semana que viene, más si puede ser.

Saludos y hasta la próxima.

20 de marzo de 2009

1 comentarios:
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Marta dijo...
lunes, marzo 23, 2009 3:11:00 p. m.  

Muchas gracias Antonio por dedicarle tu sección esta semana a la capital de mi tierra. Me ha encantado este post y lo bien que has descrito el ambiente que se vive en Logroño. La verdad es que es una ciudad que merece la pena conocer, ejej.

Un besote y a seguir viajando!

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