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My Blueberry Nights

Año y medio después de estrenarse en Estados Unidos, llega a las pantallas españolas My Blueberry Nights, primera película en suelo norteamericano y con actores norteamericanos del cineasta chino Wong Kar-Wai, autor de Obras Maestras como Chungking Express o el díptico sobre el amor y la perdida que conforman Deseando Amar y 2046. My Blueberry Nights no es una de sus mejores películas, de hecho es una de las más flojas, lo cual no quiere decir que sea mala, sino todo lo contrario. Partiendo de un guión fragmentado en tres episodios casi independientes y con el personaje protagonista, interpretado por una notable Norah Jones en su debut cinematográfico, como único elemento unitario, puede parecer una película inacabada, o bien un cortometraje alargado hasta la extenuación. Y es que la historia, la de una joven que acaba de ser abandonada por su novio y emprende un viaje, más espiritual que físico, a través de los Estados Unidos, con el fin de encontrarse a sí misma y superar el desencanto, lo cual le llevará a conocer a varios personajes que serán un reflejo de sí misma y le ayudarán a crecer (un policía alcohólico que no acepta la separación de su mujer, una jugadora de poker que no confía en nadie), no es más que una excusa para que Wong Kar-Wai despliegue todo su virtuosismo visual.

Poco importa la trama, anecdótica y con una estructura circular. Es un viaje con retorno al punto de partida en la que el personaje protagonista no es más que el testigo privilegiado de los retazos difuminados de varias vidas mutiladas por el deseo y el desamor. Lo que de verdad importa en esta película y en gran parte de la filmografia de su autor son los instantes aislados, los pequeños momentos que para cualquier otro director y que incluso en la vida misma pasan inadvertidos: una mirada furtiva, la entrada de una mujer atractiva en un bar, un beso, una lágrima, una caricia, una bocanada de humo... En manos de Wong Kar-Wai esos momentos poseen una belleza y una tragedia sobrecogedoras. Y a ello ayuda la excelente labor de todo su reparto, desde la citada Norah Jones, a unos Jude Law y Natalie Portman notables, pasando por unos extraordinarios David Strathairn y Rachel Weisz, protagonistas del segmento central, el mejor de los que componen la película. Es una pena que el último capítulo de este viaje, el que protagoniza Natalie Portman, no esté a la altura del resto, porque si lo fuera esta sería una Obra Maestra más de su genial autor.

My Blueberry Nights es el típico guión que en manos de cualquier otro director habria dado como resultado una película mediocre. Es el cineasta chino, quien dotado de una sensibilidad muy poco corriente, confiere a las imágenes de una belleza hipnótica. Wong Kar-Wai distorsiona estas imágenes, las desenfoca, hasta hacer que tengan el grado de fascinación de los sueños. Usa la cámara lenta para capturar los detalles, que lo son no porque carezcan de relevancia sino porque nadie se fija en ellos, salvo él. Punto y aparte merece el uso que hace de la música. Ningún otro director en el mundo sabe acoplar música e imágenes hasta hacer que tengán una sintonía tan asombrosa. Wong Kar-Wai no necesita diálogos ingeniosos, tramas complejas y sorprendentes, ni grandes momentos dramáticos para hacer su cine. Le basta cualquier momento despojado en apariencia de significado para hacer de él pura poesía en movimiento de la tragedia, de la melancolía. Le basta un solo gesto de un solo personaje para atravesar su alma y mostrarnos todo su desamparo y su dolor y para hacernos saber que ese es un estado perpetuo, porque los personajes de Wong Kar-Wai están predestinados a amar para después perderlo, a conocer la mayor felicidad para después no hacer otra cosa que soñar con ella.

Os deja el tema principal de la película, compuesto e interpretado por Norah Jones. Las imágenes que aparecen pertenecena la película. Sobra decir que es una canción preciosa.



Lo mejor: la fotografía, la música, los actores, que cada fotograma sea una obra de arte.
Lo peor: el tercer episodio y que su melancolía disuada a algunos de acercarse a ella.




Si la crítica de la semana correspondía a una película de uno de los mejores directores asiáticos, la recomendación también. Se trata del coreano Park Chan-Wook (junto al Wong Kar-Wai, Kim Ki-Duk y Zhang Yimou, el mejor director del lejano oriente). La película se encuadra en lo que se ha denominado la trilogía de la venganza, iniciada con Sympathy for Mr. Vengueance (2002) y acabada con Sympathy for Lady Vengueance (2005). Entre medias se sitúa la que es la mejor película de su director y una de las películas más revolucionarias de las última decadas.

Oldboy

Un padre de familia corrientem aunque con cierta adicción a la bebida, desaparece repentinamente. Aparece en una habitación del séptimo piso de un edificio en el que están confinados más personas como él, aquellas que deben expiar una culpa, al menos a juicio de quien paga religiosamente para que alguien a quien odia sea encerrado hasta que el cliente diga lo contrario. Le pasan la comida, tiene retrete, ducha e incluso televisión. No se puede decir que le traten mal. Quieren mantenerle con vida. Él sólo quiere saber cuanto tiempo durará su cautiverio, cree que así será más llevadero. Al año ve por televisión la noticia del asesinato de su mujer. La policía ha encontrado su sangre y sus huellas en el escenario del crimen. Es el único culpable. Sufre alucinaciones: hormigas trepando por su cuerpo. De vez en cuando y después de que suene una macabra música, la habitación se llena de gas. Él cae dormido. Cuando despierta le han cortado el pelo, cambiado de ropa y le han limpiado la habitación. Sólo le motiva una cosa. Sólo hay una cosa que le ate a la vida y a la cordura: salir de allí para encontrar al responsable de su encierro. Escribe una especie de diario de prisión y junto a él los nombres de todas las personas a las que ha pegado, herido o molestado a lo largo de su vida. La lista es interminable. A los quince años despierta en una azotea. Es libre. Sólo una cosa le motiva: la venganza. ¿Pero quien se está vengando de quien?

Ríe y todo el mundo reirá contigo. Llora y llorarás solo.

Cuando todo el mundo creía que todo estaba inventado, que cualquier fórmula narrativa o argumento había sido utilizado ya y el cine no hacía más que repetirse, llegó Oldboy para demostrar que éste es un arte aún en pañales. Oldboy es una tragedia mayúscula, hinchada, hiperbólica, que sacaría los colores al mismísimo Shakespeare, que se ve entre la conmoción y la incredulidad, que cuenta con el final más inesperado, salvaje y cruel que nos ha dado el cine. Los que crean que el final de El sexto sentido o de Sospechoso habituales es insuperable que vean Oldboy para quedarse meditabundos y embelesados durante horas, en estado de shock. No voy a decir nada más de esta película porque ninguna palabra le haría justicia a semejante poderío visual y narrativo. Si My Blueberry Nights era poesía del deseo y del desamor, Oldboy lo es del odio, de la desesperación y de la venganza, y de como tras ésta no queda nada.


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