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El vuelo de la gaviota

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30 años y un día

Aunque suene a antigua condena carcelaria, probablemente hoy es la mejor fecha en la que cualquiera en este bendito país puede referirse a semejante periodo de tiempo. Nunca más lejos de una condena, sino que se refiere tan sólo a la época más duradera a lo largo de nuestra complicada, larga, convulsa, y, ¿por qué no?, rica historia en la que hemos vivido en paz.

Quizá me quedo algo corto cuando me refiero tan sólo a los 30 años que han pasado desde el 6 de diciembre de 1978. Porque, con ello, quedarían omitidos los grandes esfuerzos de la persona que mejor encarna en sí la voluntad de reforma y de romper con un pasado sin salirse de los cauces de la legalidad en ningún momento. Me refiero, como todos sabrán, al segundo presidente del Gobierno en democracia –pese a todo, no podemos obviar a Arias Navarro, que ahí estuvo tras la muerte del dictador pequeñajo con bigote-. No es otro que al que el destino le ha deparado uno de sus más amargos giros en forma de Alzhéimer, Adolfo Suárez.

Y no sólo Suárez, sino otra de las personas, que junto a él, a Juan Carlos I (que rompió con las cadenas del Régimen), a Fernández Miranda (decidido dinamitador del búnker), o incluso Carrillo (aceptando la rojigualda para el PCE), y a tantos otros a los que se han tributado numerosos –y muy merecidos, no quepa duda- homenajes por su labor en la postrer hora de la dictadura y en los primeros y titubeantes pasos de la democracia. Decía que hay otra persona a la que se ha olvidado, si no sistemáticamente, sí demasiado a menudo en estos homenajes. Esa persona no es otra que el único que junto a Suárez aguantó de pie al golpista Tejero. Esa persona es el general Gutiérrez Mellado. Vayan desde estas líneas mi más sincera muestra de homenaje y reconocimiento.

La voluntad de entendernos sin destrozarnos -¿les suena de la canción?- es la que hizo posible que hoy seamos quienes somos. Y que seamos como somos. ¿Quién podía imaginar, siquiera cuando se supo en 1969 que a la muerte del ‘centinela de occidente’ tendríamos un rey, que sólo 9 años más tarde seríamos suficientemente dueños de nuestro destino como para decidir sobre él? ¿O que se sentarían a la misma mesa para elaborar el código que lo regiría un representante de la derecha, tres del centro, uno del socialismo, un comunista y un nacionalista? Puede que, a riesgo de que suene exagerado, lo mejor que le ha pasado a la ‘piel de toro’ en unos cuantos siglos.

Quizá esta parrafada dominical se queda un tanto más corta que otras semanas. Pero, de verdad, creo que es más que justa para agradecer a tantas personas sus empeños, esfuerzos, dedicación y trabajo para permitirnos ser quienes somos. Sólo puedo decirles gracias.

Y que dure. Trescientos mejor que treinta.

De arreglarla, ya habrá tiempo de hablar. Que hoy es un día de fiesta. No de condena.

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