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CHINCHETAS EN EL MAPA

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Hola,

Un viernes más, dispuesto a colocar otra chincheta sobre el mapa. Tenía varios lugares en mente (buena señal, porque eso quiere decir que tengo reservas como para hacer la sección unas cuantas semanas), pero finalmente me he decidido por uno del que ya hablé el año pasado en los Apuntes de Geografía, pero nunca de una forma tan próxima. Esta semana os invito a acercarnos, nunca mejor dicho, a


TÀRBENA
25 de enero de 2007




Recomiendo a todo el mundo que, si tiene oportunidad para ello, de vez en cuando pille el coche y se dé una vuelta por aquello que tiene más próximo a su casa. Lo cercano en ocasiones sorprende por su inesperado atractivo, no hace falta irse al otro extremo del mundo ni gastarse una millonada en ello. A mí todavía me quedan por ver algunos municipios de mi provincia, así que no desaprovecho ninguna oportunidad para seguir tachando nombres de esa lista.

No era el único que libraba aquel jueves; un amigo me acompañaba en una de las rutas que, sin zarandajas, denominamos puebleo. El objetivo era visitar cuantas localidades nos diera tiempo, pero con parada obligada en una, Tàrbena, y, más aún, en un afamado restaurante que allí existe. El día era bastante frío y nublado, amenazando nieve, pero como jóvenes irresponsables que éramos y seguimos siendo, nos adentramos por las tortuosas carreteras de la zona central interior de la provincia de Alicante, dispuestos a captar la cotidianeidad de una tranquila mañana de invierno en aquellos pequeños núcleos.

La villa de Tàrbena, de poco más de 700 habitantes y situada a unos 30 kilómetros al norte de Benidorm, se distingue de los pueblos de su entorno por haber sido repoblada con mallorquines en el siglo XVII (eso fue lo que comenté en los Apuntes de Geografía el año pasado). Eso explica que, aún hoy, el habla local conserve rasgos característicos de las Baleares, y que en la cocina tradicional del municipio figure como producto destacado la sobrasada, entre otras muchas cuestiones. Todo ello, añadido al restaurante al que aludía antes, de nombre Casa Pinet, regentado por lo que con afecto y sin paliativos puede definirse como un personaje. Una persona de ideas izquierdistas hasta la médula, que con esos sentimientos revistió a su negocio de un toque muy especial.

Llegamos a Tàrbena hacia las 12.30, con la intención de presentarnos pronto en el restaurante, aun siendo jueves y en el mes de enero, porque su popularidad hace que tienda a llenarse todos los días. Eso sí, el horario de comidas se iniciaba a las 13.30, por lo que había tiempo para dar un paseo. El restaurante está en la plaza a donde confluyen las calles principales del pueblo. Los jueves es día de mercado, pero a la hora que era ya estaban desmontando los puestos. Los vendedores ambulantes eran prácticos: en un pueblo de 700 habitantes, quien a las 12.30 no ha ido a comprar es porque no piensa hacerlo. Algunos viejos, en parejas o pequeños grupos, de pie y muy abrigados, contemplaban la escena mientras hablaban, quizá del tiempo, quizá de las pensiones, quizá del precio del aceite esa temporada. No les prestamos mucha atención y emprendimos camino por una calle descendente.

Esa calle llevaba al colegio, de donde los críos acababan de salir. No había muchos, pero al menos teníamos ante nosotros la evidencia de que la escuela de Tàrbena está aún tan viva como los dejes baleáricos del habla local: "És que els has d'explicar totes ses coses", oí que decía una joven madre a otra. Mi amigo y yo comentamos cómo era posible que rasgos como ése se conservaran durante 400 años, mientras algún que otro joven tarbener nos adelantaba, corriendo de camino hacia su casa. Un poco más adelante, a la izquierda salía una calle que resultaba ser el camino del cementerio. Mi amigo dijo de ir hacia allí.

Este amigo mío dice que le gusta entrar en los cementerios porque viendo las lápidas se entera de cuáles son los apellidos más comunes de ese pueblo. Yo, particularmente, prefiero mirar la guía telefónica, como aquel hombre de Motos. Pero como la puerta estaba abierta, él quiso ir a comprobarlo. Yo opté por esperarlo fuera, aunque justamente por eso me llevé un susto de mil demonios: al lado del cementerio existía un fuerte terraplén, desde el que, de repente, emergió un anciano de unos 80 años con una energía que ni metiéndose un chute de Apisérum. Y yo con el corazón en la boca y aquel hombre, tan tranquilo y relajado, me dice "Bon dia" y, acto seguido, como si me conociera de toda la vida del pueblo, sigue: "Vosté creu que nevarà? Jo crec que no, que açò només és fred". Allí, el abuelete de Tàrbena que, tras escalar un barranco, se pone a divagar sobre la meteorología. Cosas veredes, amigo Sancho.

Cuando mi amigo salió para decirme que el cementerio estaba lleno de lápidas con los apellidos Pont, Ripoll y Soliveres, el abuelete ya iba camino arriba hacia el pueblo, convencido de que no nevaría. Pero no andaba del todo en lo cierto, ya que empezaron a caer algunos copos de aguanieve que invitaban a ponerse bien a cubierto. Entre patearnos el pueblo y la visita al cementerio-palique con el abuelo escalador, se nos había hecho ya la hora de comer.

Casa Pinet es un espacio más bien reducido. Tiene una chimenea que aquel día de enero estaba encendida, dando un calorcito de lo más agradable, mientras fuera seguían cayendo tímidos copos de nieve. "Hola! Per a dinar, dos", a lo que el mismísimo Pinet nos responde: "Seieu on vulgueu, germans!" . ¿Y cómo le vas a decir que no a un hermano? Sentados, era imposible mirar hacia todos lados para descubrir hasta el último rincón de la decoración: banderas reivindicativas de lo más variopinto, recortes de prensa relacionados con cuestiones políticas o laborales, fotografías por doquier... Lo mejor es que veáis una muestra:



Ésa es una parte, porque la otra eran las rodajas de sobrasada a la parrilla, las chuletas de cordero, los bizcochos borrachos, el vino de la casa, la mistela autóctona para acabar... ¡Y firmar en el libro de visitas! Y luego, da igual que te hayas pateado el pueblo entero: vuélvelo a recorrer, para que se te pase la castaña, que si no, al margen de los problemas legales que puedas tener, cualquiera coge el coche embriagado por aquellas carreteras donde el concepto "recta" no existe... Pero que nos quiten lo viajao y lo jalao.

La climatología además se portó bien, y ya no nevaba cuando salimos de comer. Ni siquiera había llegado a cuajar. Todo lo contrario de lo que ocurriría esa noche, en que hubo una nevada generalizada en todo el interior de Alicante, Ibi incluido. Eso sí, a la hora en que me tenía que ir a trabajar, la carretera estaba despejada, así que no había excusa para faltar... Por lo menos, a mis compañeros pude contarles la batallita de que el día anterior había estado en Tàrbena... Una experiencia, como ocurre siempre que se pone una nueva chincheta sobre el mapa.

Aclaro que las fotos de esta entrada no son del 25 de enero de 2007, sino de otra visita que hice a Tàrbena y a Casa Pinet el 4 de septiembre de 2008. La semana que viene, como siempre, si puede ser más, recordando que la lectura es libre y voluntaria, pero también gratuita. Saludos y hasta la próxima.

5 de diciembre de 2008

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