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CHINCHETAS EN EL MAPA

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Hola,

Un viernes más, dispuesto a narrar otro viaje de los que dejan huella con el paso del tiempo. Esta semana, con eso de que buena parte de los lectores habituales del blog empiezan sus vacaciones navideñas, no sé si habrá mucha gente que vea la sección, pero creo que es obligado el cumplimiento con ella. Además, guarda mucha relación con la universidad, por lo que recomiendo una reposada lectura para viajar virtualmente hasta


GUÀRDIA DE NOGUERA
5 de marzo de 1999



La idea surgió una tarde de febrero, en la biblioteca de la facultad donde varios compañeros de 2º de Periodismo estudiábamos para la colección de exámenes que se amontonaba esos días. En medio del ahogo de apuntes de una asignatura llamada Teoría y Estructura de la Publicidad y las Relaciones Públicas, hablábamos del estrés que aquellas jornadas y de lo bien que nos vendría un respiro. Fue entonces cuando a uno de los compañeros, mucho mayor que el resto (de esos que se animan a ir a la Universidad en la madurez), tuvo la gran idea: un amigo suyo tenía una casa en un pueblecito de Lleida, que quizá nos podría prestar para pasar allí un fin de semana. Podía ser un buen plan para llevar a cabo después de los exámenes.

A día de hoy me sigue sorprendiendo que el dueño de la casa accediera a que un excéntrico amigo solterón y un puñado de niñatos de apenas 20 años pasaran allí tres días. Pero lo cierto es que nos dio la oportunidad de darnos un gran desquite del agobio de los exámenes. La casa estaba en Guàrdia de Tremp, un pequeño pueblo de apenas 100 habitantes de la comarca del Pallars Jussà, en una zona montañosa y junto a un pantano. Un lugar discreto y apartado que, sin embargo, tenía una gran virtud: una estación de tren. Algo que permitía que, aunque ninguno tuviéramos coche en ese momento, pudiéramos llegar hasta allí.

El plan, a mi juicio, estaba muy bien montado: salíamos de Barcelona muy temprano para estar en Lleida aún muy de mañana y, tras recorrer el centro de la ciudad, tener tiempo para comprar las viandas para el finde en un supermercado. antes de tomar otro tren hacia Guàrdia. Víveres en cantidades ingentes... y también alcohol, porque nuestro compañero sénior cumplía 39 años a la semana siguiente y lo íbamos a celebrar por anticipado. Así que, bien provistos, iniciamos el recorrido en un tren que, por el lamentable estado de la vía, parecía que nos transportara al siglo XIX. Baste con decir que, al poco de salir de Lleida, y en un tramo recto y llano, un tractor que circulaba por una carretera paralela a la vía adelantó al tren. Palabra que no miento.

Esta línea, Lleida-la Pobla de Segur, es de esas que vale la pena recorrer, ya que atraviesa parajes espectaculares como los embalses de Sant Llorenç de Montgai y Camarasa y, sobre todo, el desfiladero de Terradets. Un viaje recomendable, de verdad. La vía va remontando el río Noguera Pallaresa, domesticado en varios pantanos a comienzos del siglo XX. A su vera está también la estación de Guàrdia, a unos tres kilómetros del pueblo, que se encuentra enfilado al pie de la sierra. Llegamos a las tres de la tarde y, aunque era marzo, tres kilómetros andando cuesta arriba a pleno sol y cargados como mulas se hacen eternos, lo puedo asegurar. Sobre todo si tu masa corporal tiene tres dígitos, como era mi caso por aquel entonces.

Entrando por fin en el pueblo, veíamos a lo lejos a dos mujeres bastante longevas que, sentadas, charlaban al amparo del solecito de sobremesa. Al llegar a su altura, sonrieron de una forma en que hacían ver que ya estaban avisadas de nuestra llegada, dándonos a la vez las buenas tardes. De alguna forma, nos esperaban. Todo Guàrdia sabía que ese fin de semana iban a ir cuatro tipos de Barcelona. No hace falta decir lo rápido que corren las noticias en un pueblo de 100 habitantes. La misma velocidad con la que estas dos paisanas avisaron a un tío del dueño de la casa de que ya estábamos allí. El abuelete se presentó al instante para decirnos dónde vivía por si necesitábamos algo y, de paso, rogarnos encarecidamente (de esa forma que suena más a advertencia que a petición) que hiciéramos buen uso de la casa y la cuidáramos. Estaba claro que el hombre no se fiaba de aquellos extraños a los que su sobrino había prestado alegremente la vivienda.

Guàrdia tenía (y sigue teniendo) unas 100 personas empadronadas, pero era imposible verlas un viernes de marzo por la tarde. Las callejuelas estaban totalmente desiertas. El atardecer bajó de forma brusca la temperatura y hacía un viento bastante frío. Además, era un pueblo sin bar, por extraño que pudiera parecer, por lo que la gente estaba recluida en sus casas. Con aquella soledad, era más agradable recorrer el pueblo. Un conjunto minúsculo, pero fascinante, con callejones curvados que se entrecruzaban, flanqueados casi todos ellos por arcos. Me esperaba un reducto rural sin chicha ni limoná y me encontré con una armónica joya urbanística.

Poco había que hacer en Guàrdia al caer la noche, salvo encerrarse también en la casa y matar el rato. ¿Y qué pueden hacer tres universitarios de 20 años y otro de casi 40 de fin de semana en una casa rural (auténticamente rural, además)? Pues está claro: hablar por los codos, cuando no jugar a las cartas o ver la televisión, dándole al comercio y el bebercio de forma compulsiva. La compañía era buena, y la risa no tardaba en aparecer. Aquello era realmente una desconexión respecto al día a día de la facultad y, sobre todo, a los exámenes que acabábamos de pasar, en aquel lugar casi perdido desde el que, en plena noche, sólo se divisaban los pequeños puntitos de luz que conformaban los pueblos situados al otro lado del valle.

Tres días que aún hoy, casi diez años después, son un gran recuerdo. Además, al final no fueron tan sedentarios como parecía en un principio, ya que la segunda jornada fuimos andando hasta Cellers, una aldea de Guàrdia de apenas 30 habitantes. Y si Guàrdia ya era tranquilo, Cellers ni te digo... El último día vinieron además otros amigos desde Barcelona, con los que hicimos la gran matada de subir andando hasta el cercano castillo de Mur... Con mis cerca de 120 kilos de entonces, llegué que echaba las papas, pero valió la pena:


Panorámica desde el castillo de Mur, 7 de marzo de 1999. En primer término, la aldea de Collmorter; al fondo, Guàrdia de Noguera.

Ocho años más tarde, en el verano de 2007, volví con otros dos amigos de la universidad a aquella comarca. Guàrdia de Tremp había cambiado de nombre y se llamaba Guàrdia de Noguera, pero sus calles eran las mismas. Estaban más animadas que en aquel atardecer del invierno de 1999, supongo que porque era agosto. Hasta había un bar abierto. Aún así, volver a estar tanto en Guàrdia como en Cellers y en el castillo de Mur me resultó emocionante. Me hizo pensar en todos los buenos ratos que me dejaron los años universitarios, y toda la buena gente a la que conocí, de la que eran una buena prueba las personas con las que iba, aunque no fueran las mismas que me habían acompañado en la primera visita.

La mayoría de los que leéis el blog sois ahora universitarios, así que no lo dudéis, disfrutad del momento. El futuro no tiene por qué ser peor, pero sí será diferente, en cualquier caso. Y disfrutad también de las vacaciones. Esperemos leernos todos, puesto que será señal de que seguimos aquí un año más.

Saludos y hasta la próxima, y Felices Fiestas por anticipado.

19 de diciembre de 2008

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