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Revolutionary Road

Si bien se había dado a conocer y había obtenido el aplauso de la crítica ya por finales de los años 80 en los teatros del West End londinense, no fue hasta 1999 cuando Sam Mendes obtuvo fama y prestigio internacional con su ácida y corrosiva visión de la vida de los suburbios norteamericanos, que plasmó en la genial American Beauty. Tras ésta, y antes de regresar a su tema predilecto, rodaría las también muy recomendables Camino a la perdición y Jarhead. Ahora vuelve a hacer lo que mejor sabe: meter el dedo en la llaga y retorcerlo hasta tocar hueso. Y a pesar de que las intenciones son similares, el tono de Revolutionary Road poco tiene que ver con el de la cinta protagonizada por Kevin Spacey, cuyo barniz de comedia satírica y en apariencia frivola, hacía parecer ajeno a nuestras propias vidas lo que en realidad era un preciso y fiel retrato de cada uno de nosotros. Mendes vuelve a incidir en ese retrato, pero ahora lo hace sin atajos ni ataduras. Revolutionary Road nos arrebata cualquier atisbo de duda. Ya no hay posibilidad de preguntarse: "¿me estás hablando a mí?". Ahora Mendes habla directamente de cada uno de nosotros. Nos agarra de los hombros, nos zarandea y nos pregunta: "¿qué coño estás haciendo con tu vida?".

Revolutionary Road habla de esos barrios residenciales situados en las afueras de las grandes ciudades norteamericanas, urbanizaciones formadas por cientos de casas idénticas, dispuestas en hilera y con cuidados jardines. Esos hogares acogen a una multitud de amas de casa que cuidan de sus hijos y hombres que trabajan cada día de nueve a cinco (otros hasta las siete). Todas esas casas escrupulosamente ordenadas dibujan una perfección ilusoria porque sus muros guardan los secretos de Norteamérica (y por extensión de la práctica totalidad del público adulto occidental y con hijos), pero sobre todo guarda los sueños ahogados por la aceptación de unas normas y de una forma de vida que ninguno de ellos ha diseñado, un estilo de vida que etiqueta a los cuerdos de locos y a los locos de cuerdos (no obstante el personaje más razonable y lúcido de la película acaba de salir del psiquiátrico), que confunde la seguridad con la felicidad y a los idealistas con los temerarios. Decir que se trata de la película imprescindible de nuestro tiempo y un toque de atención impagable es poco, decir que es perfecta, también. Nunca una película había esgrimido un discurso tan valiente, avanzado, impopular y sobre todo incómo como el de Revolutionary Road. Pocas veces una película logra aterrar y violentar al espectador de una forma tan visceral y redentora, y es precisamente por esto por lo que, la que es a juicio del que esto escribe la mejor película de la temporada y una de las cinco mejores películas de los últimos quince años, ha sido ninguneada de una forma tan injusta en la presente edición de los Oscar, que se entregarán el próximo 22 de febrero.

Sobran los calificativos para Kate Winslet (la mejor actriz del momento) y Leonardo DiCaprio (uno de los mejores actores de su generación). Ambos hacen gala de una entrega total a sus personajes. Se dejan absorver por ellos hasta transformarse en la personificación de la derrota y la rendición, en el reflejo de cada uno de nosotros presentes o futuros, o si se quiere de nuestros padres. Revolutionary Road puede ser la película más deprimente del mundo, o si se sabe interpretar y aprender de ella, una de las historias más enriquecedoras e inspiradoras que se pueden ver en una sala de cine, pero por encima de todo destaca su voluntad, respaldada por sus devastadores resultados, de dinamitar la que nuestra sociedad sacraliza como la única estructura válida para la felicidad: el matrimonio y por extensión la familia.

Lo mejor: todo.
Lo peor: nada.




Y si Revolutionary Road es una película grave, con aspecto y objetivos trascendentes, la película que os propongo ver hoy fuera de los cines es todo lo contrario. Y es que el cine no son únicamente dramas que dan grandes lecciones sobre la vida, tan digno es el cine de entretenimiento cuando éste logra, valga la redundancia, entretener (y con ello no me refiero a lo que consigue, por poner un ejemplo al azar, la saga Transporter). La película que os recomiendo tiene en uno de los papeles principales precisamente al protagonista de Transporter, Jason Statham, al que acompañan interpretes de la talla de Brad Pitt y Benicio del Toro. Dirige el ex-marido de Madonna, Guy Ritchie.

Snatch. Cerdos y diamantes (2000)

Un ladrón de diamantes acaba de dar su último golpe. Debe entregar una de estas piedras a su jefe, pero antes será tentado por otro hombre, que conoce su adicción al juego, para que haga una apuesta por él en un combate de boxeo clandestino. En realidad se trata de una excusa para robarle el diamante. Al mismo tiempo un promotor de boxeo ve como su luchador ha caído noqueado por un gitano, especialista en el boxeo sin guantes. Aterrado por la reacción del sanguinario hombre que organiza estos combates, tendrá que buscar otro luchador cuanto antes. ¿Qué mejor que pedirselo al gitano?

Snatch. Cerdos y diamantes
es una disparatada comedia, llena de acción y humor negro, en la que se dan cita promotores de combates de boxeo clandestino, ladrones de joyas, matones a sueldo... y un sinfin de personajes, cada cual más divertido y surrealista, y todo ellos aderezado con una sorprendente estructura que alterna tramas en apariencia inconexas hasta una conclusión impensable. Hay poco que decir de una película como esta. Sus diálogos son frescos y siempre brillantes, todos los actores, sin excepción, bordan sus papeles... y todo ello sin animo de trascender. Ritchie jugó a ser Tarantino y sin llegar a suponer una revolución semejante, sí que ha creado escuela. Una pena que Madonna se cruzara por medio y le robara el talento.

Os dejo una escena de la película:


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