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CHINCHETAS EN EL MAPA

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Hola,

Tras el paréntesis navideño, regresan las chinchetas clavadas en los puntos del mapa cuya visita dejó huella. Hoy propongo trasladar a los lectores a una comunidad autónoma en la que la sección todavía no se ha detenido, aunque sí lo ha hecho muy cerca. Vamos a echar mano otra vez del turismo genealógico como punto de partida para acudir hasta


VALBONA
12 de octubre de 2007



Foto: Javier Perales (http://www.panoramio.com/photo/2610610)


Hablaba hace unas semanas de cómo había sido de visitar en agosto de 2003 una aldea perdida de Guadalajara llamada Motos, por tratarse de un apellido presente en mi familia. En aquella ocasión aproveché también para ver Teruel, pero sólo pude hacerlo de manera fugaz, por lo que, en octubre de 2007, cuando surgió la posibilidad de hacer una breve escapada junto con un amigo, no dudé de cuál podía ser el destino. Un par de días tampoco son mucho tiempo, pero sí el suficiente como para conocer un poco más esa pequeña urbe de 35.000 vecinos que es la capital turolense.

Había incluso tiempo para hacer alguna parada en el viaje de vuelta, así que nos acercamos hasta la monumental villa de Mora de Rubielos. Valió la pena recorrer sus calles y portales, deteniéndonos en la Colegiata y el castillo entre otros lugares. En la Plaza de la Villa había fiesta: así como una veintena de parejas vestidas con el traje típico, bailando pasodobles. Había que tener en cuenta que era 12 de octubre, la Virgen del Pilar. Un festivo ya de por sí, además viernes (es decir, de puente, aunque nosotros no lo fuéramos a tener), y encima fiesta en la localidad. Resultado: fue materialmente imposible encontrar lugar alguno para comer, a pesar de la notable cantidad de establecimientos existentes. Según nos explicaron en una panadería, parece ser que es costumbre irse de comilona familiar el día del Pilar allí. Mala coincidencia, pues.

Eran ya las tres de la tarde, así que había que reaccionar de alguna manera si queríamos llenar los buches. Pensé entonces en un pueblo que habíamos atravesado para llegar a Mora de Rubielos, que estaba a apenas tres o cuatro kilómetros. Era pequeño, pero supuse que no lo sería tanto como para no tener bar. Podíamos probar suerte y, si la búsqueda volvía a ser infructuosa, recurrir a algún otro pueblo situado a la vera de la autovía Valencia-Zaragoza, donde seguro que habría algún sitio donde comer.

De modo que retrocedimos algo de camino para ir a Valbona, ese pueblo por el que un rato antes habíamos pasado de largo sin piedad alguna. Una localidad que, como tantas otras, debe sufrir la indiferencia de estar a la sombra de la capital comarcal, sin el tamaño ni la monumentalidad de aquélla. Claro que no era eso lo que buscábamos, sino simplemente aplacar el apetito. Y la suerte quiso ponerse de nuestro lado cuando nos percatamos de que, en la misma travesía de la carretera, había un bar. Faltaba poco para las 15.30, pero no costaba nada entrar y probar si esa suerte era real o simplemente un espejismo...

Y de ilusiones, nada. Realidad en todo su esplendor. Ningún problema para comer a aquellas horas en aquel bar-restaurante de pueblo, de esos que lo mismo sirven un carajillo mañanero a un abuelete solitario que se hinchan a dar comidas a familias enteras. Menú de festivo a 15 euros por barba, pero con el que nos inflamos como verdaderos gorrinos en fase de pre-matadero. Ensalada, carne al horno, postre y cafecito para el cuerpo, delicioso del principio al final. Una gran muestra de las gratas sorpresas que a menudo se esconden tras lo que parece irrelevante...

Todavía entraron más personas en el bar después que nosotros, y tampoco les hicieron asco alguno para que se sentaran a comer. El local lo regentaban dos parejas de extranjeros, algo que nos chocó un poco teniendo en cuenta el tamaño del pueblo, apenas 200 habitantes (el padrón que acaba de publicar el INE da 205 vecinos a Valbona, para ser exactos). Imagino que aquello era una muestra de cómo la inmigración ha traído algunas consecuencias positivas para el medio rural, al aumentar la población de muchos pequeños municipios, y rejuvenecerla al mismo tiempo. He comprobado que Valbona mantiene abierta su escuela, e intuyo que a lo mejor entre sus alumnos estarán los niños que, sin molestar lo más mínimo a los clientes, jugaban en un rincón del inmenso salón-comedor.

Mi maltrecho estómago no está para demasiados excesos, por lo que tras aquel festival de la gula necesitaba un mínimo de actividad. Mi amigo también, así que no había mejor excusa para recorrer Valbona y bajar de esa forma un poco la comida. Era un pueblo discreto, sobrio, pero cuya arquitectura mantenía, con líneas más modestas, las formas que habíamos visto en Mora de Rubielos. Y con el aliciente de que en sus calles, casi vacías a esas horas, se palpaba una gran dosis de cotidianeidad. De las casas se oían televisiones encendidas, ruido de grifos y cacharros fregándose, alguna conversación... Era octubre, pero la tarde era plácida, soleada (ignorábamos que, a apenas 200 kilómetros de allí, la mitad norte de la provincia de Alicante era un caos a causa de una gran inundación), y había bastantes ventanas abiertas. En otra casa hacían reparaciones, animados por la compañía de una radio. Todo se parecía un tanto a una canción de Luz Casal: Sencilla alegría, tan sólo mirando alrededor en aquella sobremesa, en un pueblo cualquiera de la provincia de Teruel.

Nos sorprendió que la plaza del Ayuntamiento estuviera dedicada a Leopoldo Calvo-Sotelo. Un presidente discreto, homenajeado en un pueblo más discreto aún. Luego averigüé en internet que, al parecer, la esposa del ya fallecido ex mandatario es originaria de Valbona. Razón de peso, en ese caso, para dedicarle la plaza principal. Aunque, más que una plaza, no era más que el ensanchamiento de una calle, delimitada por un portal. Un arco similar a los que se podían ver en Mora de Rubielos, y que más tarde veríamos también en el cercano Rubielos de Mora, municipio cuya monumentalidad compite con la de la capital comarcal y que contribuye a que el resto queden casi eclipsados.



Esta imagen no la he tomado prestada de Panoramio como la del principio, sino que fue captada por mi amigo. No es una fotografía, sino un frame de un vídeo que grabó en la plaza de Valbona. Ahí puede comprobarse su estrechez. Un poco más atrás, una bocacalle daba a la iglesia, donde había otra plaza más amplia. La esquina que separaba ambas plazas lucía una vieja placa identificativa de la población en la que nos encontrábamos. Entre que siento especial predilección por esas placas, y que estábamos bastante animados por lo bien que nos había salido el improvisado plan de comer en Valbona y lo grata que estaba siendo la visita, decidimos que ese lugar fuera escenario de una auténtica idea de olla: la grabación de un vídeo en el que un servidor explicaba cómo habíamos llegado hasta allí y la suerte que habíamos tenido con ello. Dejo aquí constancia de ese vídeo mediante otro de sus frames:




Colgaría el vídeo entero, pero dado que pesa mucho, en todo caso lo haré en una entrada posterior si hay quien lo solicite. En su escasa duración pude comprobar que, si en algún momento de mi vida quiero dedicarme a la televisión, aún me falta mucho rodaje. Vamos, que lo que se dice soltura para hacer una conexión en directo desde Valbona, más bien poca. Claro que, con el cámara descojonándose mientras tanto, tampoco se podía hacer mucho. Encima, tuvimos dos interrupciones: la primera, cuando un chaval giró la esquina y alucinó en colores al vernos allí haciendo el indio, como si pensara "Vaya par de tarados" (y razón no le faltaría, desde luego); y la segunda, cuando en medio de mi speech comenzaron a sonar las campanas de la iglesia (dieron las cuatro de la tarde). A lo mejor alguien trataría de justificarse diciendo que así no se puede trabajar; yo simplemente digo que estaba de escapada de dos días, y que lo agradable de la estancia en Valbona me animaba a hacer el chorra un rato.

Puedo decir, sin dudarlo un momento, que aquella fue de esas ocasiones en las que celebras que las cosas no salgan exactamente como las has previsto y te veas forzado a improvisar sobre la marcha. Si los bares y restaurantes de Mora de Rubielos hubieran estado llenos, no hubiéramos regresado a Valbona. Sería un pueblo por el que podría decir que pasé, pero no que pisé sus calles y que el buen sabor de boca que me dejó no fue solo el de los ricos platos que degusté en su bar.

Ah, por cierto, el bar se llamaba Casa Chimo...

Saludos y hasta la próxima.

16 de enero de 2009

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