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Siete almas

En los últimos años Will Smith ha dado muestras de una versatilidad interpretativa sin parangón. Capaz de interpretar personajes cómicos y dramáticos, hombre de acción y corrientes con una facilidad pasmosa y siempre con la misma eficacia, el actor afroamericano se ha convertido sin lugar a dudas en el más popular del mundo y en una de las personas del universo del espectáculo más queridas y admiradas. En esta ocasión repite con el cineasta italiano Gabriele Muccino, con el que ya colaboró en la mediocre pero distraída apología del capitalismo más feroz que fue En busca de la felicidad. Siete almas no se aleja demasiado de los derroteros sentimentales y de manipulación emocional que guiaron a la anterior, pero sí lo hace con intenciones, que no mecanismos, más nobles y honestas.

Siete almas está rodeada por una nebulosa grandilocuente y metafísica. Dotada de una estructura premeditadamente confusa, que impide en principio conocer el sentido y después las razones que impulsan al protagonista a implicarse de una forma tan altruísta en la vida de siete desconocidos, la película posee su mayor defecto en el agotamiento de esa misma estructura, en forma de rompecabezas y planificada con el único fin de que nos quedemos atónitos con su final mesiánico y redentor. En ese sentido el director y su guionista "se las dan de listos" y es que cualquier espectador puede adivinar el final sin demasiadas complicaciones antes de que la película haya alcanzado la mitad de su metraje, y es aquí precisamente donde el público puede sentirse defraudado y pensar que esta cinta sólo es una burda maniobra de despiste para tontos, obviando así sus innumerables virtudes internas y que se trata de un drama y no de un thriller, y que los primeros tratan de conmover y los segundos de sorprender. Y lo cierto es que a menudo la nueva pelicula de Will Smith es un potente drama que cumple con creces su propósito de emocionar al espectador.

Poco importan todos los actores secundarios que encarnan a las otras seis personas que el protagonista trata de ayudar con el fin de cambiar drásticamente unas cuantas vidas segadas por el dolor, la enfermedad y la amenaza constante de una muerte inminente. Todas las subtramas que otorgan sentido completo a la obra de redención que emprende este hombre para aliviar su culpa, sólo son la excusa que el guionista esgrime para posibiliatar la historia de amor central sobre la cual se vertebra el film. Y es aquí donde la historia tiene sus mejores bazas, en la perfecta sintonía entre sus dos interpretes protagonistas (un notable, aunque con sus tics habituales, Will Smith) y una soberbia (jamás comprenderé porque esta actriz infinitamente más talentosa y hermosa que Scarlett Johansson no goza del estatus de esta ultima) Rosario Dawson. Sobre ellos dos y especialmente sobre ella descansan los momentos más inspirados de una película que no merecía la tibia recepción crítica que se le ha dado. Es en sus miradas y palabras, en la ilusión recobrada de ella al vislumbrar un hálito de esperanza y en la réplica amarga de él, intentando no rendirse al amor y anticipando la tragedia en cada uno de sus pasos, donde la película gana enteros. Es una pena que tan buenas intenciones no se vean arropadas por una estrucutura menos efectista y más inteligente, que comete la gan estupidez de tratar de tonto al espectador. Si éste es capaz de olvidar eso podrá disfrutar con esta bella historia de amor en la que no importa tanto el conjunto como los detalles.

Lo mejor: los actores, especialmente una impresionante Rosario Dawson y el guión cuando éste se centra en la relación que entabla ella con el personaje que interpreta Will Smith.
Lo peor: una estructura demasiado ambiciosa que pretende ser más inteligente e imprevisible de lo que en realidad es.



Y ahora la película recomendada de la semana, en cierto modo un ejercicio de cine completamente opuesto a Siete almas y el paradigma de una película despojada de todo artificio.

Paris, Texas (1984)

Un hombre camina por el desierto en la frontera que separa Texas de México. El calor asfixia, está al borde del colapso. No sabemos nada de él, de donde viene, a donde se dirige. Parece salido de la nada y la nada parece ser un destino. Quizá sólo camine por la inmensidad intentando desvanecerse en el infinito, quizá sólo quiera perderse hasta que la memoria se pierda con él, olvidar un terrible pecado que sólo la soledad de desierto pueda purgar o quizá se dirige a París, y no al París de Francia, sino a París, Texas.


París, Texas es la obra más emblemática del cineasta alemán afincado en Estados Unidos Wim Wenders, resposable de otras cintas tan recomendables como El amigo americano, El cielo sobre Berlín o Tierra de abundancia. No voy a decir nada más de esta película, cual es el tema que aborda, ni las sensaciones que asaltan al espectador una vez ha terminado…, porque eso supondría dar alguna pista sobre su final, y en este caso toda la película (un drama sensible y tosco al mismo tiempo, tierno y melancólico) está al servició de su conclusión, una larguísima escena, un monólogo vital en el que el protagonista realiza su confesión y desnuda su alma de una forma que te deja exhausto, que te obliga a desnudarte con él. Toda la película tiene un único fin: hacer que ese acto de expiación cobre una fuerza inusitada y brutal. No es un final sorprendente como el de “El sexto sentido”, “Testigo de cargo” o “Sospechosos habituales”, pero para el que esto escribe es el mejor final y la mejor escena de la historia del cine, capaz de dejarte sin aliento durante horas. El único inconveniente es que sea irrepetible, que no puedas volver a experimentar ese final por primera vez nunca más.


Os dejo un video del comienzo de la película que además incluye la genial y minimalista banda sonora que Ry Cooder compuso para la película.


Y hoy, de forma excepcional y quizá invadiendo el cometido de algún otro miembro de este blog, como Merayo, voy a recomendar una serie de televisión que descubrí estas navidades. No ha llegado a España, salvo a plataformas de pago, y quizá nunca lo haga a una cadena de carácter generalista. Si lo hace será maltratada hasta la saciedad, relegada a horarios intempestivos o será un rotundo fracaso de audiencia, ya sea por su extrema violencia, por su compleja, audaz y sombría disquisición sobre la ley, sobre la autoridad y sus límites (y en definitiva sobre si a veces el fin justifica los medios), o porque su incuestionable y sublime calidad no sea apta para un público malacostumbrado a engancharse a auténticos bodrios que acreditan el apelativo de “caja tonta” que se le ha otorgado a este medio desde su nacimiento. Y es que si hay algo más bajo, abyecto e infame que los programas del corazón en la televisión nacional, esa cosa son las series. Y con ello no estoy respaldando a los aún más ruines detractores de productos como Física o química o Sin tetas no hay paraíso, a las asociaciones de padres y defensores del telespectador y en definitiva a todas las cohortes de guardianes de lo correcto y de la moralidad. No voy a apoyar a los que se llevan las manos a la cabeza y consideran escandaloso el romance entre un narcotraficante y su bella damisela porque supuestamente hace apología del delito, porque si existe una serie controvertida y escandalosa (y siempre de forma no gratuita) es la que deseo recomendar hoy. Si detesto las series españolas es por su nula calidad artística, por sus personajes estereotipados, por su maniqueísmo, por sus actores sobreactuados, por su ausencia de planificación, por su supeditación a la audiencia, a la cual invocan para sobrestirar tramas gastadas que retuercen y retuercen sin fin. La serie que os recomiendo es The Shield, que comenzó su emisión en 2002 y finalizó el pasado año después de 7 temporadas y 88 capítulos de 45 minutos, todos ellos vibrantes y magistrales. La serie concluyó en el momento oportuno, sin que en ningún instante mostrara señales de agotamiento, como si todo estuviera planificado desde el principio para que tuviera esa duración con independencia de la desilusión que conllevara en su audiencia, y además lo hizo con un final demoledor, desolador, sin concesiones.


The Shield es una serie policiaca, pero esto no debe llevar a engaño. No tiene nada que ver con Policías de Nueva York y CSI, no tiene absolutamente nada que ver con ninguna serie policiaca que se haya hecho antes. Narra la vida en la comisaría del distrito ficticio de Farmington en la ciudad de Los Ángeles, un distrito marcado a fuego y sangre por bandas de mejicanos, hondureños, armenios, orientales, afroamericanos…. La comisaría, una antigua iglesia rehabilitada para la ocasión, es apodada por sus policías como la cuadra. Entre estos se encuentra Julien, un policía negro que acaba de ingresar en el cuerpo. Es un devoto religioso y homosexual, lo cual le llevará a entrar en conflicto consigo mismo. Su agente instructora es Danny (a pesar del nombre es una mujer). También hay una pareja de detectives formada por una exigente y veterana mujer de color llamada Claudette y por Dutch, un hombre de gran inteligencia y experto en la mentalidad criminal que parece obsesionado con asesinos y violadores en serie. El capitán de la comisaría es David Aceveda, un hispano que desea limpiar el departamento de la corrupción con el fin de anotarse el tanto que le permita ser concejal. Pero el protagonista de la serie es Vic Mackey (interpretado por un sobrecogedor Michael Chiklis), jefe del equipo de asalto (en el que están otros tres policías: Shane, Lem y Ronnie). Vic no es un policía corriente. Es corrupto, salvaje, no duda en torturar para sonsacar una confesión, en llevarse parte del dinero y la droga incautada a los delincuentes para untar a estos mismos en busca del próxima chivatazo, en quedarse parte de ese dinero para él y para su equipo, para cuando se jubilen y la pensión no sea suficiente, en proteger y filtrar el lugar y el momento de las redadas a algunos camellos… Sin duda el mayor logro de esta serie es su capacidad para hacernos comulgar con un personaje como éste, corrupto hasta la médula, violento hasta la nausea, pero también sensible y leal hasta las últimas consecuencias, un hombre que se sabe peligroso, nocivo y destructor, pero que también sabe que sin él en las calles, éstas serían aún peores. Quien creía que era una gran virtud en una serie como House, que sintiéramos empatía por un personaje tan cínico como el famoso doctor, que vean The Shield para comprobar que todo es gris, para que nos haga dudar de que es lo correcto, que nos obligará a reformular nuestro código de valores, aquello que consideramos reprobable. Siento el rollo que os he soltado, pero era la única forma de convenceros para que os hagáis un favor: dejad de ver Sin tetas no hay paraíso, Física o química, El internado y ved esta serie maravillosa, y que podréis encontrar fácilmente en la red, y que además es mejor que el 99 % de las películas que se estrenan cada semana.

1 comentarios:
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Marta dijo...
sábado, enero 17, 2009 8:57:00 p. m.  

Buenas David. A pesar de que no pones muy bien a la nueva peli de Will Smith, yo creo que voy a ir a verla, porque lo estoy deseando desde que la vi anunciar por la tv. Me gustaría ver también una de Brad Pitt, el caso curioso de Benjamin Button, pero eso lo tengo más dificil porque a mis amigos no les parece muy allá. Me gustaría que me dijeras que opinas tú sobre ella.

Por otro lado y ahora cabreada, tengo que decirte que no te puedes meter con el internado ee! A mi me gusta y a mucha gente también y al igual que otras muchas personas, cuando llego cansada de clase lo que necesito son series ligeritas como Aida o FOQ y no grandes seriales norteamericanos que a esas horas no entiendo ni la mitad.
Cada cosa en su momento.

Un saludo!

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