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CHINCHETAS EN EL MAPA

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Hola,

Un viernes más, aquí va la sección. Hoy he creído oportuno volver a la comunidad autónoma donde empezó este recuento de chinchetas, hace ya algunos meses. Doy por hecho que el lugar que cito hoy ha sido visitado por la gran mayoría de los lectores habituales del blog. Y es que no es otro que la ciudad de


SALAMANCA
4 de diciembre de 1999

Plaza Mayor de Salamanca el 6 de agosto de 2008, durante mi segunda visita a esta ciudad.


Para alguien que ha vivido siempre a media hora de viaje del Mediterráneo, hablar de Salamanca es como citar un lugar muy alejado, exótico, totalmente diferente al tuyo. Ese concepto tenía yo en mi época de adolescente, en la que mi universo conocido apenas había llegado al centro de la Península. Pero algo ocurrió en la primavera de 1996 que lo cambiaría un poco. Entablé contacto postal con una salmantina, una forma de conocerse que ahora mismo suena a prehistórica (escribir cartas parece que equivalga a perder el tiempo), pero que entonces estaba aún en plena vigencia. Conectarse a internet desde casa sonaba poco menos que a chiste, con unas velocidades inferiores a la de una tartana ascendiendo el Tourmalet.

Habíamos entablado contacto en la primavera de 1996, pero en el otoño de 1999 aún no nos habíamos visto nunca. Así que pensé que alguna vez tendría que ser la primera y, aprovechando que estaba estudiando fuera del domicilio familiar y que podía hacer hasta cierto punto lo que me viniera en gana sin dar cuenta de ello a mis padres, le comenté a mi amiga la posibilidad de vernos para el puente de la Constitución. Ante la respuesta afirmativa, no había vuelta atrás: a los pocos días ya tenía entre mis manos un billete de tren Barcelona-Salamanca para el sábado 4 de diciembre de 1999.

La duración (oficial) del viaje era de diez horas y media, pero iba a tener suerte, ya que iría acompañado la mayor parte del trayecto: apenas una semana antes me habían presentado a un compañero de carrera que vivía en el mismo barrio que yo, y que era de Medina del Campo. Él se marchaba a pasar el puente con su familia, por lo que íbamos a tomar el mismo tren, y a compartir todo el trayecto salvo los últimos 45 minutos.

Apenas pude dormir la noche anterior al viaje, pensando que un sueño estaba a punto de hacerse realidad. Pero esa realidad estuvo a punto de echar al traste el sueño a la mañana siguiente: por aquellos días se vivía una huelga salvaje en Renfe, que suponía la cancelación casi diaria de un buen número de trenes. El Barcelona-Salamanca del 4 de diciembre de 1999 parecía que iba a seguir ese camino, porque la hora oficial de salida, las 10.00, fue retrasada a las 11.00, y después a las 11.30. Un rato de incertidumbre que, al menos, aprovechamos el compañero medinense y yo para cafetear por los distintos locales de la estación de Sants.

El tren finalmente salió a las 12.30. Dos horas y media tarde, sí, pero salió. Comenzamos a surcar media España, como si le estuviéramos haciendo un tajo transversal. Barcelona, Lleida, Zaragoza, Logroño... Ya era de noche cuando llegábamos a Miranda de Ebro. Inversión de marcha en tan emblemática estación, y mi compañero de carrera, quizá ya amigo en ese momento por las horas de amena conversación que acumulábamos a nuestras espaldas, comenzó a mostrar el alegre semblante del que se siente ya en su tierra, aunque en realidad se encuentre aún a casi 300 kilómetros de su casa.

El tren no aliviaba el retraso y el reloj seguía avanzando de la misma forma con que fuera debía ir bajando el termómetro. "Venga, asómate a la puerta para que sientas el frío de Castilla", dijo mi amigo al parar en la estación de Burgos (que recientemente ha quedado fuera de servicio, por cierto). Un topicazo que, aquella tarde-noche de diciembre, se cumplía con creces. Así volvía a ser cuando paramos en Valladolid, y también cuando llegamos al mítico cruce de caminos de hierro que es Medina del Campo. Mi amigo se despidió de mí hasta la semana próxima; volveríamos a vernos, pero a casi un millar de kilómetros de allí. Paradojas de la vida.

Los siguientes 45 minutos se hicieron eternos, más aún teniendo en cuenta que la noche impedía adivinar por dónde podría ir el tren, salvo fijando la vista al pasar por alguna estación para ver bien el cartel. Al final, eran poco más de las 23.00 cuando llegábamos a Salamanca. El momento de la verdad. El cara a cara después de tres años y medio de cartas. Con el tiempo me he visto en muchas situaciones más así, y aún me sigo poniendo nervioso, con lo cual, la primera, ni os cuento cómo.

Un saludo, un "qué tal el viaje" y, en este caso, comentarios irónicos sobre el retraso acumulado. Y camino hacia el lugar donde me iba a alojar esos días, con una extraña sensación: la conversación fluía de forma espontánea, de ninguna manera parecía que nos acabáramos de ver hacía un momento. Era evidente que había ya un bagaje de interacción, postal y telefónica, en la que habían surgido muchos puntos en común que ahora se podían poner de manifiesto.

Estaba cansadísimo, pero era sábado, así que no podía renunciar a salir de fiesta, y menos en una ciudad de tan buena fama para eso. Se hicieron las tantas, y yo ya al final no me tenía en pie, pero la noche se hacía muy agradable de un local a otro por aquellas calles atiborradas de gente, en la grata compañía de mi amiga y sus amigos. Entre éstos, por cierto, un par de fanáticos de U2, que lo primero que hicieron fue preguntarme si entre mis gustos musicales estaba el grupo irlandés. "Nos llevaremos bien, entonces", dijeron ante la respuesta afirmativa. Tuve incluso oportunidad de verlos delirar cuando, ya bien de madrugada, en un local atestado de calor humano sonó Sunday, Bloody Sunday. La cosa empezaba francamente bien.

Esa sensación de muy buen rollito prosiguió durante los dos días siguientes, el último de los cuales se centró en la visita turística. La Plaza Mayor ya la había visto el sábado por la noche, pero de día tomaba otra cariz. Elementos imprescindibles como la Casa de las Conchas y las dos Catedrales no faltaron. También recuerdo que fuimos a ver la Clerecía y, cómo no, la Universidad. Busca la ranita, para variar. Al final la vi, pero con ayuda.

Quizá fuera por esa ayuda que, en la siguiente convocatoria de exámenes (enero-febrero 2000) suspendí una asignatura, Introducción al Ordenamiento Jurídico. La rana sobre la calavera cumplió su función de hacerme aprobar, pero no del todo. Eso sí, nadie me pudo quitar el buen recuerdo de aquel viaje. Aquella salmantina sigue siendo una muy buena amiga a la que he tardado casi nueve años en volver a visitar, aunque sí nos hemos visto en algunas otras ocasiones mientras tanto. Esta vez volví a llegar a Salamanca en tren, aunque de día y desde otro lugar, y fue casi tan emocionante como entonces. Pasan los años, pero no el interés por ampliar el universo conocido y la red social. Hace 13 años la gente se conocía por carta y hoy es a través de internet, pero el fin es el mismo: encontrar en otras personas afinidades que nos hagan la vida un poco más alegre.

La semana que viene, si puede ser más, como siempre.

Saludos y hasta la próxima.

6 de febrero de 2009

1 comentarios:
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Patino dijo...
domingo, febrero 08, 2009 2:28:00 p. m.  

Tren y Salamanca... llega un punto en que resulta casi milagroso que los caminos de hierro de mi tierra sigan viendo cómo llega el tren hasta ello, dado el pésimo estado de los mismos, sobre todo desde Madrid. Pero ese es otro tema.

No sabía que conocías mi tierra, Antonio. Y tampoco que habías tenido la oportunidad de disfrutar de 'Salamanca la nuit'. Estoy casi seguro, pese a no saberlo a ciencia cierta, de que disfrutaste aquella noche. La próxima vez que te decidas a ello, si quieres te asesoro acerca de un par de garitos absolutamente imprescindibles, aunque me da por la descripción que has dado que, al menos uno ya lo conoces.

Y monumental... otra cosa no será la Ciudad Dorada -como gusto de llamarla en muchas ocasiones, esa piedra que la caracteriza... - Personalmente, con el monumento que más disfruto de entre los que hay en la ciudad no se contempla en ninguna guía "oficial", ya que para mí el monumento -pese a que podría la ciudad en su conjunto- en sí es todo lo que circunda la Plaza de Anaya. Simplemente, espectacular. Y algo desconocido por muchos, pero que sirve para dejar impresionado hasta al más pintado, es la visita a la torre de la Catedral Nueva -exposición Ieronimus-, que se puede recorrer por dentro, y lleva por los entresijos del templo charro, tanto por fuera como por dentro. Pudiendo observar, incluso, los desperfectos causados en 1755 por el terremoto que destruyó Lisboa. O pensando, aunque eso es más cosa de 'revertianos' como un servidor, que esa torre es la clave del misterio de una de las novelas del genial académico.

Me alegra enormemente que te gustase mi Salamanca. Quizá comprendas por qué la quiero tanto. Porque es Salamanca.

Un saludo, compañero mediterráneo.

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