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Especial "El vuelo de la gaviota" 25 de abril

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Qué buen día para comprar claveles...

Sobre todo en la Praça de D. Pedro IV, en Lisboa, o Rossío, como ustedes lo quieran llamar. Algo así como lo que sucedió hace ya 34 años, un 25 de abril en que un grupo de jóvenes oficiales del Ejército portugués, que han pasado a la historia como los Capitanes de Abril, se rebelaron contra una Dictadura vieja y anquilosada que sólo estaba sirviendo para prolongar una inútil guerra en los territorios coloniales portugueses.

Probablemente, como mucha gente ha apuntado a lo largo de los años, la Revolución de los Claveles –Revoluçao dos Cravos, en portugués- haya sido la última Revolución pacífica que ha habido, no sólo en Europa, sino a lo largo y ancho del mundo. Es más, podemos calificar a este acontecimiento como auténtica Revolución romántica, con unos ideales de paz por encima de todo, y sin intención de dañar a nadie. Sólo de conseguir la libertad.

Si a alguien se puede destacar de los que tuvieron el destino de Portugal en sus manos ese día, ése es, sin duda, el capitán Fernando Salgueiro Maia. Aunque, probablemente, él nunca hubiese querido ser considerado más que ninguno de sus compañeros. Una figura que, desgraciadamente, ha pasado inadvertida a lo largo de los años, hasta que María de Medeiros decidió rescatarle, encarnado en el actor Stefano Accorsi para su película Capitaes de Abril, en la que se narran las horas en las que Portugal cambió su historia.

Enfrentándose a los miembros gubernamentales refugiados en el cuartel del Carmo, en el centro de Lisboa, o a las tropas del 7º regimiento de Artillería, mandadas por el general Pais, jefe de la PIDE –otros dicen que fue el brigadier Junqueira Dos Reis- en la calle del Arsenal, con un simple pañuelo blanco en señal de paz, Maia dejó su imagen para la posteridad, en un Portugal libre para decidir su destino.

Mencionaba antes la película Capitaes de Abril. Quizá en ella se cometan algunas imprecisiones, como la que he comentado anteriormente acerca de quién estaba al frente de las tropas en la calle del Arsenal, pero no menos cierto es que gracias a ese film se consiguió comenzar a recuperar la figura de Maia. Un hombre que fue requerido por Spínola y otras figuras importantes del nuevo Portugal surgido tras la Revolución para ocupar algún puesto de responsabilidad en el Gobierno democrático, aunque él lo declinó en todo momento. No quería protagonismo, simplemente fue un capitán de abril.

Si alguno de ustedes tiene la posibilidad de ver la película, se lo recomiendo. No existen imágenes reales de la gran mayoría de sucesos que se cuentan en ella, pero lo hace fidedignamente. Como, por ejemplo, el momento en que Caetano, el dictador derrocado por la Revolución, embarcando en el avión que le llevará al exilio, rumbo a Brasil, agradece a Maia al pie de la escalerilla que le haya tratado bien. O cómo unos soldados inexpertos consiguen, a pesar de las vicisitudes, controlar un estudio de radio, imprescindible para que la Revolución triunfase.

Pero, volvamos al capitán Salgueiro Maia. El hombre que capitaneó, nunca mejor dicho, la última revolución romántica. Movidos sólo por unos ideales, por ansias de libertad, sin ánimos de venganza ni de petición de responsabilidades a los que gobernaban la dictadura más antigua de Europa. Al hombre que murió solo, en un hospital de Castelo de Vide en abril -¿ironías del destino?- de 1992, al son de Grandôla Vila Morena, la canción de la Revolución, y con los cuatro presidentes democráticos de la República Portuguesa custodiando su féretro.

Ese hombre cuya historia les he contado a muy grandes rasgos ha estado prácticamente olvidado hasta no hace demasiadas fechas, cuando alguien, lúcido, o quizá simplemente buscando que la Historia hiciese justicia con él, decidió colocar en el Carmo, en Lisboa, donde sólo su templanza hizo que la Revolución no se tornara en fracaso, una placa en su memoria, sencilla, como Maia fue: A Salgueiro Maia, recordando el 25 de abril de 1974. Homenaje de la ciudad de Lisboa. 1950-1992.

Para finalizar, me encantaría pedirles un favor. Compren un clavel. Donde sea. De cualquier color. Y recuerden, aunque únicamente sean unos segundos, a Maia y a los Capitanes de Abril. Y, si están en el Rossío, disfruten del entorno.

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