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Reflexiones a Pilot Rojo

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HAY DÍAS DE ESOS…

Hay veces que te levantas con ganas de discutir. Estás deseando cruzarte por tu camino a alguien para picar y repicar con frases poco sutiles y cargadas de mala leche. También son esos días en los que cualquier cosa que te entre por el oído, aunque tenga sentido y pueda llegar a ser la verdad, será rechazada con espanto; a la vez, tus pensamientos se suceden vertiginosamente caminando hacia un solo sentido: “eso no es lo que quiero oír, aunque me fastidia, porque tiene razón, pero no no, yo firme con mis principios”. Las palabras desde por la mañana (sobre todo por la mañana) hasta por la noche ya no son lo que eran, pierden el sentido al llegar a tu cabeza e incluso la forma. Te vienen expresiones y frases a las cuales les cambias el sentido pero nunca con buena fe, sino dándoles un significado malévolo que te puede llegar a molestar lo suficiente como para levantar la voz a volúmenes destructores.
Yo he tomado la determinación de prevenir algunas acciones feas que puedan manchar aún más este tipo de días “yomalpuestutambién”. Todo esto fuera de que se necesita perder un buen rato del tiempo para doblar tu estancia habitual debajo de la alcachofa de la ducha: un despeje a tiempo puede ser una victoria del “yo positivo”. Una cosa prohibida: leer prensa, escuchar radio o ver algún debate político antes de las 12 de la mañana. Puede ser algo extremadamente perjudicial para ti y para todos aquellos que viven mucho tiempo a tu alrededor. Y me explico. Yo soy un tipo dado a comentar a mi persona más cercana la jugada que he leído en la prensa: “¿Sabes que lo de los Simpson en Venezuela ha sido una manipulación más?” O “¡Vaya lo que he leído a Federico en El Mundo!” Y después explico todo lo que he leído/escuchado en los medios de comunicación para que la otra persona me conteste y así iniciar una breve conversación sobre el tema.
Sin embargo hay días que la conversación no es tal. Ahí entra lo de que es perjudicial también para los que están a tu alrededor. Se empiezan a apuntar maneras en la forma de explicar el tema: tono desafiante, chulesco, agresivo y extremadamente desconfiado. La otra persona te mira extraña cuando tu le comentas la jugada, y tu en seguida le sueltas uno de esos “¡qué!” para que tu compañera te ponga firme con una contestación a la medida de las circunstancias. En algunas ocasiones salta la chispa que quema lo que te queda de buenas intenciones y comienza una gran discusión con la correspondiente lista de reproches. Lo más normal es que agaches la cabeza y sigas contando la historia porque ya tienes previsualizado lo que puede pasar.
Una vez todo explicado y desgranado, cabe rezar o pedir a algún ente (aunque no se crea) que la otra persona coincida al cien por cien con tu comentario, no por ti, sino por su bien. Si es así, a esto le sigue una larga relación de insultos en contra de Federico, Pedro J. etc. Vamos, que no se salvan ni sus perros. La otra persona te sigue mirando extrañada pero no pasa nada, te ha dado la razón.
Huy, huy cuando llega el momento en el que tu compañera te quita la razón de manera tajante. Suben calores y colores, la neurona comandante intenta poner en orden a todas las escuadras de pensamientos argumentales y lo que se forma ahí es un batiburrillo agresivo de ideas incapaces de expresarse vía oral. En vez de opinar mostrando contenidos del hecho, empiezas a despotricar contra todo el mundo intentando encontrar en otros casos el meollo de la discusión. Es como Flanders cuando remodeló a su nuevo ligue para ver a su mujer en él.
Como habéis podido notar en esta columna, soy una persona que tiende al bloqueo: por eso un día decidí ponerme a escribir. Hay mucho que contar, pero sin desorden ni mezcolanzas absurdas impulsadas por las rabietas de un día. Por eso decidí una noche sentarme a escribir mi primer artículo de Reflexiones a Pilot Rojo. Me gusta contar lo que pienso, pero sobre todo que se entienda.

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