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CHINCHETAS EN EL MAPA

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Hola,


La Fiesta del Trabajo, sí, pero como la semana pasada no pude cumplir con mis obligaciones blogueriles, invierto un poco de mi tiempo en ello hoy, aun a sabiendas de que es probable que pocos vean esta entrada dada la fecha. Vuelvo a tirar otra vez para la vertiente mediterránea, para clavar la chincheta sobre un sitio bastante singular, llamado



SANT JAUME DE FRONTANYÀ
1 de agosto de 2007


Sant Jaume de Frontanyà (Barcelona), 1 de agosto de 2007. Puede comprobarse que estuve allí.


Mis visitas a Cataluña se repiten con una frecuencia de al menos una vez al año, aunque casi siempre acabo yendo a los mismos lugares, por aquello de ver a familiares y amigos. Sin embargo, en el verano de 2007 tuve la oportunidad de conocer en profundidad otras zonas como la denominada Catalunya Central, que viene a corresponderse aproximadamente con la mitad norte de la provincia de Barcelona. Un buen amigo de Manresa me invitó unos días y, desde allí, nos acercamos hasta distintos lugares de interés de las inmediaciones.

Una apretada agenda del 1 de agosto nos llevó, entre otros sitios, a Sant Jaume de Frontanyà. Mi amigo, sabedor de mis delirios geográficos, tenía claro que ése era uno de los lugares imprescindibles aquella jornada. Su iglesia parroquial, que data del siglo XI, es una de las grandes joyas del románico catalán, que nadie que visite la zona debe perderse. Pero hay otro motivo que hace curioso a este minúsculo pueblo de la comarca del Berguedà, mucho más relacionado con mis aficiones. Éste el municipio más pequeño de Cataluña; su casco urbano está compuesto por apenas una veintena de casas y, según los últimos datos, sólo 29 personas moran en toda la jurisdicción de su ayuntamiento. Y aún hay algo más: después de que, hace unos años, su alcalde se quejara de la escasa atención que recibían las zonas rurales de Cataluña por parte de la administración, la Generalitat escogió a este pueblo como lugar para la presentación del nuevo Estatut. Llámese esto último frikada si se quiere, pero para mí, otro motivo más que de sobra para ver Sant Jaume de Frontanyà.

No sólo la Generalitat hizo caso al alcalde y los vecinos de Sant Jaume de Frontanyà, sino también la Diputación de Barcelona, que había arreglado la carretera de acceso pocas semanas antes de nuestra visita. Así que mi coche no sufrió grandes penurias para llegar hasta allí, atravesando parajes totalmente alejados de cualquier signo de vida humana (salvo por el asfalto de la carretera), donde la mayor preocupación, aparte de prestar atención a las curvas y la estrechez de la vía y no quedarse anonadado mirando el paisaje y caer por algún barranco, era tener cuidado con alguna que otra vaca que, ajena a todo, cruzaba la carretera de manera espontánea. Una de las caras poco habituales de Cataluña, la de sus espacios rurales donde la vida parece como si se hubiera detenido hace mucho tiempo. A apenas media hora en coche, la capital comarcal, Berga, presenta el bullicio urbanita de cualquier núcleo de cierto tamaño en el siglo XXI. Pero esa media hora da pie a un delicioso contraste.

A la entrada de Sant Jaume de Frontanyà, un cartelón te da la bienvenida y te pide, si os place, que dejes el coche en un aparcamiento. Con unos modales tan educados (aquello que dicen del seny català), a ver quién va a negarse. Así que dejé mi coche en la explanada asfaltada y nos dirigimos hacia el interior del pueblo, que, como decía antes, no es más que una pequeña agrupación de casas en torno a la espléndida iglesia románica. Me llamó la atención su tamaño, algo mayor para lo que acostumbra a ser el románico. En cambio, el interior era lo esperado: sensación de oscuridad y recogimiento, tan carismática del románico y que producía también cierta relajación.

El interior de la iglesia era austero, pero la escasez de alharacas permitía precisamente contemplar mejor una perla arquitectónica de tan increíble valor. Además, tuvimos suerte de que precisamente esos días hubiera en el templo una exposición sobre la Edad Media, lo cual nos permitió ilustrarnos un poco más acerca de lo que estábamos viendo y su contexto. Y a la salida, el fuerte contraste entre la penumbra del interior y la luz que irradiaba el sol en aquel mediodía de agosto. Apretaba también el calor, pero al ser plena montaña se hacía bastante más llevadero.

El pueblo se veía en un minuto, con lo cual, hecha la visita, y siendo la hora que era, nada mejor que llenar el buche. Mi amigo me tenía otra sorpresa guardada para la jornada: se da la circunstancia de que el alcalde, el mismo que consiguió que el nuevo Estatut catalán se presentara en primicia en Sant Jaume de Frontanyà, regenta una fonda-restaurante. Y allí que nos fuimos. Es un establecimiento pequeño, en el que el mismo propietario atiende las mesas, con lo cual, debo decir que fue el propio señor alcalde de Sant Jaume de Frontanyà el que me sirvió la comida. No todos los días le pasan cosas así a un fanático de la geografía como yo, qué queréis que os diga.

El ágape, bastante copioso, estuvo además regado con vino, de manera que, antes de volver a pillar el coche para seguir recorriendo el Berguedà, no quedó otra opción que recorrer varias veces el perímetro del pueblo hasta que me encontrara en las condiciones adecuadas para conducir. Y el chicharrero de las cuatro de la tarde en agosto, aun a 1.072 metros de altitud, no invita a pasear demasiado. Pero no quedó otro remedio. Eso sí, así pudimos decir que habíamos visto Sant Jaume de Frontanyà en profundidad. El pueblo más pequeño de Cataluña, con un gran tesoro en su mínimo casco urbano como es su fantástica iglesia románica, pero también con otras curiosidades que valen la pena.

Hasta aquí por hoy. La semana que viene, más si puede ser.

Saludos y hasta la próxima.

1 de mayo de 2009

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