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PARTIMOS DE LA FRIVOLIDAD

Volvemos a escuchar una vez más el terrible cuento de la vaca europea y el hombre subsahariano. Seguimos lamentándonos de que, una vez más, se sobreponga el interés que suscita un producto comercial alimenticio al fango en que se hunde la supervivencia del ser humano. De mil millones de seres humanos.

La pasada cumbre de la FAO celebrada en Roma intentó hacer autocrítica buscando posibles soluciones al problema mundial del hambre, pero se les olvidó el apellido al que acompaña el horrible término desde hace muchos años: especulación.
Los dirigentes de los países del norte ganan tiempo con ponencias maquilladas con zafios argumentos mientras los del sur caminan sin rumbo a punto de romper el muro que separa el abismo de la canallada.

No parece real que el 80 % del comercio mundial de los alimentos básicos sea controlado por una decena de empresas multinacionales, que no son ONG precisamente, ni que el Secretario General de las Naciones Unidas parezca una simple marioneta manejada por los intereses de los países ricos. Sin embargo, lo es.

Si la especulación financiera está jugando excesivas malas pasadas a los países ricos por la subida de la cesta de la compra, niega directamente la posibilidad de que los pobres tengan un mísero producto de esa cesta. Ahora mismo parece imposible cambiar una coma del sistema económico, ni si quiera que la Bolsa deje de fijar los precios de los alimentos. Quizás la decepción de la cumbre fue esa, que excluye la posible negociación entre países productores y consumidores para dejar fuera esa ganancia especulativa de los intermediarios.

Pero como mencioné antes, volvemos al cuento de la vaca y el subsahariano. Si se llegan a contabilizar 854 millones de personas que sufren una gravísima desnutrición, que viven con menos de un dólar diario, no se puede permitir que las subvenciones a los ganaderos asciendan al cuádruple de ese “sueldo “ con que malvive tanta gente. Tampoco ver que te vas a estrellar contra una pared conduciendo a quince por hora y no hacer nada por evitarlo, como ha ocurrido con la subida del precio de los alimentos. Llega la hora de la frivolidad, nos ponemos la bata de científicos y empezamos a experimentar con trigo para usarlo como carburante. Quizás la experimentación pasaría por entrar en el pensamiento de cualquier persona que mañana morirá de hambre.

Y como nos educan para que ni Dios nos toque lo nuestro, protestamos con fundamentos que caen en la más absoluta mezquindad: el principal problema mundial, el hambre de millones de personas, no impide que los productores de un alimento básico como es la leche abran los grifos de sus tanques y dejen correr el líquido hasta la alcantarilla. Encima se quejan como si fuesen los primeros perjudicados de las subidas, ellos que tienen para comer.

Olvidaba que el muro de Berlín se alargaba tanto como un meridiano. Olvidaba que hay dos mundos radicalmente distintos y que, al final, cada uno con lo suyo, como siempre. Que para hacer un mínimo esfuerzo y arreglar la situación, hay que partir de la frivolidad.

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