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El vuelo de la gaviota

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Sobre la ‘garzonada’

Como alguien se me queje de que pongo los títulos de las parrafadas complicados de deducir… En esta ocasión me ha tocado buscar cinco minutos libres de donde buenamente he podido, dado que no podía dejar pasar de largo la situación que ha ocupado un buen número de páginas en la prensa española de estos últimos días, como es el requerimiento judicial, elaborado por parte del magistrado de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, para que se proceda a identificar a los desaparecidos que aún hoy están por las cunetas y otros lugares de la geografía española.

Ante todo, he de manifestar que me encuentro ante una confrontación entre las ideas que me suscita esto. Por una parte, es loable que se quiera tratar de identificar a aquellos que cayeron por el odio de otros, sin duda, y más en una guerra civil con tan poco sentido como la nuestra. Aunque ya sabemos cómo se las gasta esta España nuestra, tan dulce y preciosa en algunas ocasiones como cainita y dura en otras -¿será esa la grandeza que a algunos nos hace quererla tanto?-.

Pero nos encontramos ante otra parte – cara de la moneda. Y esa no es otra que la eterna división de este país en dos, acentuada desde aquellos tres años de estupidez que nos costaron la vida de muchos miles de compatriotas. Y es que lo determinado por el juez Garzón sólo afecta a una parte de los que están enterrados Dios sabe dónde, sin identificar. Y esa parte son los represaliados tras la victoria del bando franquista –al igual que en su día me negué a llamar republicano al otro bando, llamándole frentepopulista, por favor, no me pidáis que llame a este bando nacional, que ambos lo eran-. Y con ello, el lío montado. Que si los míos son menos que los tuyos, que si no se qué, que si envidia por aquí, por allá…

No podemos negar que hubo un gran número de vencidos que fueron injustamente -¿acaso hay algún asesinato justo?- asesinados tras la guerra, en los duros años de principios de la década de los cuarenta del pasado siglo. Si lo hiciéramos, estaríamos faltando a su memoria, y, si me apuráis, nos estaríamos faltando a nosotros mismos. Y muchos de ellos están por algún lado, probablemente lejos de sus hogares y de sus familias, pero sin saberse. Es aquí donde reside lo loable de las intenciones de Garzón y de quienes han impulsado ese requerimiento, que se intente saber dónde están. Pero, ¡ay, amigos! como nos dejemos llevar por sentimientos no demasiado claros. O por ideas políticas que, desde mi modesta opinión, cuando se trata de saber dónde se encuentran los huesos de los tuyos, deberían dejarse un poco más que lejos.

Llegados a este punto es donde entran en escena las Asociaciones para la Recuperación de la Memoria Histórica. Unas agrupaciones que, mediante la recopilación de testimonios, búsqueda en archivos y empeño están tratando de identificar los lugares donde hay fosas comunes, abrirlas y sacar a los que están allí para darles una sepultura digna. Pero, como bien dice la sabiduría popular, no es oro todo lo que reluce, y las ARMH –sus siglas, por abreviar- hacen gala, en mi opinión a veces de forma demasiado ostentosa, de su ideología republicana-frentepopulista, habiéndose llegado a negar en algunos puntos de España en algunas ocasiones a excavar determinadas fosas por no encontrarse allí ningún combatiente del bando de la bandera tricolor, o no querer saber nada de, por ejemplo, Paracuellos.

Y es aquí donde fallamos, tropezamos, seguimos fallando y volvemos a tropezar. Una y otra vez. Todos. Porque parece que sólo importan nuestros muertos. Porque creíamos que con la Transición, modélica donde las haya, se cerraban todas las heridas y podíamos hacer borrón y cuenta nueva, o porque con la Causa General de la posguerra ya había bastante. No. Nos equivocábamos todos. Y es loable, como ya he dicho, tratar de recuperar la memoria. Histórica, o sin adjetivos, como mejor deseen. Pero de todos. De ambos bandos. Que los muertos no tienen ideología.

Aspecto que parece que a nuestros políticos no les queda claro, empeñados como están en seguir pelándose como único objetivo. Los de la rosa y el puño, que se dedicaron a lo de ‘cien años de honradez’ en su día –da muestras de cómo miraban atrás, por otra parte- están como cuando le das un caramelo a un crío, mientras que los de la sigla repetida andan criticándolo ¿porque les parece mal? ¿o por llevar la contraria tan sólo? Ellos sabrán lo que hacen, no les voy a dar consejos gratuitamente desde aquí.

Como conclusión, sólo reiterar un par de cosas que ya he manifestado por aquí. Una es que los muertos no entienden de ideologías, y otra es que las heridas del pasado sólo se pueden cerrar totalmente si todos tiramos en la misma dirección. Es decir, que si para que España sea una y sólo una de una vez –fíjense que aunque use tres veces en una frase la palabra ‘una’ no sobra ninguna de ellas, verbigracia- hay que desenterrar a los que quedan diseminados por ahí, hagámoslo. Y si alguno se tiene que tragar sapos, que se los trague. Que digo yo que estaría bien, al menos por una vez.

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